Economía de palabras
Si vamos a negar los efectos del narcotráfico en la sociedad, porque no hay estadísticas sobre el sector, como dicen algunos economistas, tendremos que comenzar a contar los muertos que causa esa industria.
Eso facilita las cosas. Los muertos son la amarga cosecha de esa siembra.
Podemos seguir negando que el territorio está tomado por el narcotráfico, como se va revelando en el avance de los cocales, legalizados o por legalizar, en cada hallazgo de fábricas o del boom de la construcción o, para decirlo claramente, en el “vivir bien”, pero lo que no podemos negar es que esto trae violencia, entre sus peores efectos.
Un estudio hecho por el Instituto para la Economía y la Paz (IEP), reproducido en Siglo 21, confirma que la principal causa del avance de la violencia en todo el mundo es el narcotráfico. El costo de la violencia ha sido medido por IEP: en Bolivia US$ 576 por persona, es decir 8,6% del PIB. Quienes niegan esa realidad tendrían que criticar a esa institución.
Las bandas internacionales de que hablan las autoridades no “vienen a Bolivia a robar”. Viven aquí. Este es el paraíso de todos ellos. La mafia paulista PCC está en Bolivia, igual que el carioca Comando Vermelho, los mexicanos de Sinaloa, los maratruchas salvadoreños, operando con los proveedores de droga bolivianos.
Todos ellos administran la más grande flotilla de avionetas que haya existido en Bolivia, capaz de mantener un puente aéreo permanente hacia Argentina o Brasil. Al contrario del gasoducto, el coca-ducto no falla. Y quizá este ejército blanco, como sugiere el ministro Carlos Romero, en sus ratos de ocio se dedica a asaltar alguna que otra joyería. Pero su principal actividad es el narcotráfico.
Los países vecinos están tomando medidas para frenar el ingreso de la droga boliviana a sus territorios. Argentina ha levantado una valla entre La Quiaca y Villazón y está instalando un sistema israelí de radares y de control en Aguas Blancas, Bermejo y Yacuiba.
Brasil tiene movilizados a más de 8.000 hombres en la frontera para frenar la droga boliviana y Chile captura todos los días a traficantes bolivianos.
El país está tomado. Lo saben en el vecindario. Negarlo, por patriotismo o por militancia, es demorar la solución.
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