En mayo de 1986, el conocido pensador Germán Montaño Arroyo publicó un texto donde trata de distinguir entre un pensador indianista progresista y una teología de la liberación con aspectos tradicionalistas. Montaño comienza su descripción de la situación general de los indios americanos postulando la tesis de que se vive aún en una “extensa noche de calamidades” generadas por la preponderancia, a veces violenta, de los europeos sobre los indígenas. Según nuestro autor ningún pueblo indígena quería vulnerar la “unidad cultural indivisible” que habría existido hasta hoy entre las comunidades indias de América Latina. Siguiendo una concepción no del todo asegurada documentalmente, Montaño sostiene que la gran cultura india no conoció ni hambre ni desnutrición ni drogadicción, porque no habría experimentado la “propiedad privada envilecedora del hombre”.
Aunque no aceptamos del todo este punto, no hay duda que en el área andina se estableció una “unidad cultural estética y moral indivisible”, especialmente evidente en el Imperio Incaico. El Inca Garcilaso de la Vega, a quien Montaño sigue en este punto, ha descrito con lujo de detalles las magnificencias de aquel Imperio, las cuales aparecen en todas las grandes utopías de la historia intelectual.
De acuerdo con la tradición utópica-socialista, el futuro de un régimen sin clases tendrá igualmente un carácter de prosperidad material y, al mismo tiempo, de una lograda solidaridad humana. Como Montaño mismo admite, las grandes utopías, todas ellas opuestas a la propiedad privada, tenían dos elementos distintivos: una democracia inmediata y directa y una comunidad de bienes materiales. Montaño, adelantándose en varias décadas a la discusión actual trata de responder a la pregunta: “¿Cuál fue el milagro de esa sociedad que dio libertad, bienestar social y se encaminaba al óptimo desarrollo de las facultades humanas?”. Nuestro autor encuentra la respuesta en la presunta comunidad de bienes del Imperio Incaico y en las pautas normativas de comportamiento de sus habitantes que evitaban el egoísmo.
Podemos, por supuesto, poner en duda las virtudes atribuidas por Montaño a la sociedad incaica, pero no hay duda de que la religiosidad de ese pueblo tenía virtudes que no siempre han adornado al cristianismo, como la falta de cualquier intento proselitista, la carencia de todo dogma y, sobre todo, la concepción de una comunión espiritual y material entre los dioses y la naturaleza. Montaño supone también que las comunidades prehispánicas eran fundamentalmente colectivistas, sin los rasgos “ego-etno-céntricos” de la cultura europea y sin el sustrato moral consagrado a engañar y a someter al prójimo. Aunque tampoco podamos estar totalmente de acuerdo con nuestro autor, no hay duda de que él llamó muy tempranamente la atención sobre el carácter no egoísta y no individualista de la estructuración social prehispánica. Se puede con cierta seguridad afirmar que la cultura incaica no conoció los fenómenos de alienación que son la mayor mácula de la civilización occidental.
Hoy en día, como señala Montaño, corrientes importantes del catolicismo tratan de adoptar los valores de la “indianidad liberadora”. En este sentido la Filosofía de la Liberación ha hecho suyos algunos principios éticos centrales de las culturas andinas premodernas. Como el mismo autor señala, la Filosofía de la Liberación está acercándose al programa implícito del indianismo en varios terrenos, como la ecología, la democracia inmediata, la religiosidad consagrada a las fuerzas naturales y el amor desinteresado al prójimo. Nuestro autor reconoce que estas tendencias progresistas tienen también numerosos puntos flacos. El principal reside en los largos siglos de adopción de los valores rectores de la modernidad, a los cuales los propios indígenas no quieren y no pueden renunciar. Pero Montaño mismo nos dice que hay que reflexionar sobre el siguiente punto “una realización personal e irreversible en el vientre de la madre que nos nutre” es la base fundamental de un indianismo razonable, del cual no deberíamos eximirnos.
Hoy en día, como Germán Montaño nos recuerda, lo valioso no es ser indio “por la apariencia de los caracteres morfológicos”, sino el “reconocimiento de su esencia”. Esto quiere decir que no importa en primer lugar la adscripción étnico-física a lo indio, sino la comprensión de sus valores culturales, entre los que se hallan los preceptos morales ya mencionados, su tratamiento del medio ambiente y su negativa en someterse a las “clases subyugadoras”. En suma, nos dice nuestro autor, nuestra tarea reside en comprender las notables creaciones contenidas en la identidad indoamericana.
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