Casimiro Prieto Costa
Ninón, que volvía del baile, cerró de un golpe la puerta de su boudoir, despidiendo malhumorada a la somnolienta doncella que la aguardaba para desnudarla.
La poupée, como cariñosamente la llamaban sus cortesanos, traía el rostro encendido por ardiente cólera;
Sus deditos, temblorosos y torpes, arrancaban las joyas y adornos que engalanaban su figurita de biscuit, abandonándolos por el suelo, y un ramo de rojas margaritas caía también y era pisoteado sin piedad por el piececito de cenicienta que te-nía Ninón, la poupée, como la llamaban sus cortesanos.
En enaguas y en corsé, se sentó ante una pequeña mesa de palo-rosa y pasando las manos por sus cabellos que caían en rizadas ondas de oro y se quedó pensativa.
Breves instantes permanece muda, pero luego dice:
–¡Bah! Que no me quiera, ¿y qué? Que se va con otra, ¿y qué? ¿Acaso faltan hombres?
Y una contracción nerviosa de suprema angustia se dibuja en su carita de ángel caí-do y se lleva a los labios una copa de champagne que bebe con avidez; y vuelve a pensar, y vuelve a beber, y al dar fin con una botella de rico champagne “Cordon Rouge”, ya su cerebro desvaría, ya sus ojos glaucos se empañan, ya su lengua se torna pastosa, y un intenso sentimentalismo se apodera de la mundana.
–No, mentira, yo le quiero; si él aceptase, nos iríamos a vivir lejos, muy lejos, a orillas de un río; yo sería para él una mujercita amante y juiciosa; yo por él me regeneraría y le tendría siempre prisionero en la cárcel de mis brazos; y luego juntos, muy juntitos, vagaríamos horas enteras contemplando cómo se aman las flores, cómo se aman las aves, cómo se aman las estrellas.–
Pero no, él no me quiere, él quiere a otra y me abandona, y me desprecia, y mi alma, que para todos fue de hielo, se deshiela para él, porque él supo engendrar con sus palabras de fuego, cariño; para él que supo despertar mi alma.
Dos lágrimas candentes ruedan por sus mejillas, descoloridas por los excesos, y sus manos temblorosas vuelven a escanciar champagne y más champagne. Y al cabo de un rato, borracha, completamente borracha para olvidar penas, se mira ante un espejo, y sus ojos se incendian al contemplar su mórbida belleza y sus deseos, cabalgando en rápido pensamiento, van en busca de Ricardo, su ex-amante, y sus venas azules se hinchan y sus uñas rosadas se clavan en sus carnes de raso.
Un traspiés la hace caer y prorrumpe en sonora carcajada, sumiéndose inmediatamente en profundo sueño y dejando en descubierto sus dombos, que parecen de marfil y que oscilan blandamente como las olas que, movidas por apacibles brisas, van a morir en la cercana orilla. . .
Dos aristocráticas orquídeas que quedaron abandonadas sobre la mesa, cuchichean alegremente y se burlan de la borracha, y un rayo rubio del sol que amanece se cuela por el ojo de la cerradura y atrevido curiosea a Ninón la mundana, la poupé, como sus amigos la llamaban. Almanaque Sudamericano.
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