La pronta conmemoración del centenario de la Revolución de Octubre en la Santa Rusia (1917) nos muestra un fenómeno sorprendente y repetitivo: la resonancia y la popularidad de modelos socialistas en tierras latinoamericanas. Es sorprendente porque el fracaso del llamado “socialismo realmente existente” (el caso emblemático por excelencia fue la Unión Soviética hasta 1991) parece no hacer mella en la consciencia colectiva.
Una parte de la opinión pública -mal informada- tiene todavía una opinión romántica sobre el desarrollo del socialismo en Cambodia y Vietnam. Estos dos últimos países, que contaron con una muestra inusitada de simpatía a nivel mundial en su lucha contra el imperialismo norteamericano, demostraron a partir de 1975 y hasta aproximadamente 1990 que los aspectos más reprobables e inhumanos de regímenes totalitarios pueden ser igualmente los lugares comunes de un sistema socialista.
En Vietnam los dirigentes izquierdistas implementaron una política exterior marcadamente expansionista, por medio de la cual eliminaron la autonomía de sus vecinos Laos y Cambodia. En cuestiones de política interna, el socialismo vietnamita se asemeja mucho al antiguo régimen autoritario de la Unión Soviética, mientras que la esfera de la economía parece acercarse a una forma salvaje de mercado libre, imitando en esto algunos aspectos centrales de la nueva economía china. La razón es simple: la ortodoxia implantada por el héroe nacional Ho Chi Minh sólo trajo hambre y penurias a la población, en lugar del paraíso tantas veces prometido. En el plano económico, el orden capitalista actual (a partir de 1990) y el mercado libre han resultado ser muy exitosos, imitando en todo el modelo chino.
Cambodia tiene el triste honor de ser la nación en todo el mundo que ha perdido la proporción mayor de su población directamente por causas políticas o por consecuencias de la aplicación de líneas dogmáticas y miopes. Durante los años de la dictadura ultracomunista de Pol Pot (1975-1979), la historia de Cambodia, con sus ciudades vacías, sus pobladores comandados sin piedad de un lugar al otro, sus millones de muertos de hambre, su guerra sin cuartel entre dos fracciones comunistas y sus refugiados sin número, será para siempre una mácula imborrable en las crónicas del socialismo.
Muy rara vez en la historia hubo una discrepancia mayor entre las pretensiones y los resultados de un modelo socio-político como en los casos de Vietnam y Cambodia. Estudiando estos casos, uno puede darse cuenta de la ingenuidad reinante en el seno de los movimientos sociales y populares de inclinaciones socialistas.
En la consciencia de los movimientos sociales y los intelectuales radicales en Bolivia la “batalla por los recursos naturales” y la “lucha contra el imperialismo” desplazan a un plano menos importante toda pregunta por los sacrificios y las privaciones diarias que se derivan necesariamente de un sistema socialista. Como en el fondo estos movimientos son de índole autoritaria, hacen aparecer como razonables los factores más negativos del socialismo real: la preeminencia de necesidades colectivas sobre libertades individuales, la imposibilidad de criticar a los dirigentes y la justificación de todas las medidas de coerción social.
Los movimientos izquierdistas olvidan prontamente la realidad cotidiana de los regímenes socialistas: el uniformamiento de la vida cultural y universitaria, el monopolio estatal sobre los medios de comunicación, la muerte de la responsabilidad individual, los privilegios inauditos de los de arriba y la creación de nuevos mitos y leyendas oficiales. Las revoluciones socialistas se distinguen (como cualquier régimen conservador) en penalizar el comportamiento que se salga del estrecho camino de la virtud oficialista.
En suma, la libertad del ciudadano -para quien, después de todo, se hizo la revolución- se restringe a identificarse con la autoridad omnisciente. Es un universo orwelliano. Esto es lo que nos espera si se impone un régimen socialista: la anulación del individuo y la perpetuación de las clásicas jerarquías totalitarias de poder. Y todo esto no deberían olvidar los nuevos adeptos del socialismo que no disminuyen con el paso del tiempo.
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