A estas alturas de la historia son remotas las posibilidades de un reencuentro boliviano chileno a nivel de embajadores. Sensiblemente, esa es la realidad. Es que las condiciones objetivas y subjetivas no están dadas debido a la tozudez e incomprensión. Lo que ahuyenta todo entendimiento es la suspicacia, que se manifiesta pensando tan sólo en el tema marítimo, considerado de alta sensibilidad política, acá y allí. Este despropósito hizo que se obviara muchos aspectos, de vital importancia, que buenamente hubieran contribuido al desarrollo tanto de Bolivia como de Chile.
El distanciamiento bilateral, por lo visto, continuará su curso, sembrando a su paso discordias y sospechas, en desmedro de la paz, amistad y fraternidad, en esta parte del Cono Sur.
Continuará vigente mientras quienes son parte del centenario conflicto no asuman humildad, predisposición y voluntad política para encarar el asunto marítimo, que requiere una solución justa e inmediata, en consonancia con los aires de cambio que sacuden a los países de la región y del mundo.
Los tiempos de la bravata con el estilo del almirante Toribio Merino ya pasaron a la historia. Por consiguiente ya no tienen cabida en el pensamiento político del presente siglo. Recordemos que en una de sus valentonadas, profirió la amenaza de que “vetaría” cualquier acuerdo con Bolivia. “Chile no cederá territorios”, afirmó (1). Merino fungía, en 1987, como jefe del Legislativo y miembro de la Junta de Gobierno del país vecino.
Y para que se haga efectivo el reencuentro boliviano chileno se debe limar asperezas que reavivan los sentimientos nacionalistas. Asimismo se debe buscar puntos de coincidencia, que signifiquen una señal de reconciliación y pacificación, obviando, en lo posible, las demandas que se ventila en el tribunal de La Haya. En caso contrario, seguiremos inmersos en la enemistad que tanto ha dañado los intereses de ambos países.
En este marco se debe abonar el terreno para que los gobiernos venideros asuman el propósito del rencuentro boliviano chileno, con embajadores en La Paz y Santiago, a fin de escudriñar tiempos mejores. Pero esta intención requiere de un entendimiento civilizado, de serenidad en los juicios diplomáticos y ecuanimidad en las actitudes políticas. Se impone por ahora y por siempre bajar el tono de la voz.
En suma: en esa histórica perspectiva se debe hacer un llamado a la cordura a quienes están involucrados en el más que centenario problema marítimo.
(1) Ultima Hora, La Paz-Bolivia, diciembre 31 de 1987.
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