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El levantamiento popular en Venezuela cumplió los dos días programados de paro general y ahora se propone una “toma de la nación” con la meta de forzar al gobierno de Nicolás Maduro a dar marcha atrás en su propósito de realizar una elección este domingo. Ya es tarde para revertir el turbión al que ha entrado el país bolivariano y las miradas de los vecinos sudamericanos están sobre las Fuerzas Armadas para tratar de auscultar lo que vendrá en los próximos días. Nada ayuda a avizorar un desenlace pacífico y muchos hogares parecen preparados para una contienda aún más violenta que puede prolongarse mucho tiempo.
Los analistas creen que Maduro y su entorno estaban todos estos años envalentonados con el poder militar sobre la población civil desarmada y que han apretado el acelerador para doblegar a la oposición. Pero en tres meses, desde que la ofensiva retomó las calles en abril, las multitudes que desafían al régimen han mostrado una fuerza contra la que Maduro y los militares no tienen cómo actuar de manera decisiva. Pocos dudan que la población ha perdido temor a la fuerza militar y, más todavía, que parece haber perdido el temor a morir. Más de cien muertos desde abril al ritmo de uno por día parecen probar que la fuerza bruta ni las balas son suficientes para someter a una población civil determinada.
Venezuela vive bajo una intifada, el término árabe que describe la lucha popular en la que la población se levanta y decide jugarse el todo el todo. Se originó en Palestina para describir la ofensiva general de los palestinos contra los israelíes. En las dos intifadas que lanzaron, a fines de la década de 1980 y de 1990, los palestinos pusieron en jaque al poderoso ejército de Israel. No consiguieron la autonomía plena que buscaban, pero lograron que el mundo tuviese frente a sus pantallas la lucha que libraban casi todos los días y consiguieron difundir su causa y ganar simpatías. No fue poco.
La causa venezolana ha alcanzado en estos tres meses un nivel planetario como nunca. Maduro y su régimen han quedado identificados como expresión de un sistema dictatorial que trata de imponer un régimen comunal, eufemismo apenas diferente del comunista que impera en Cuba y que rigió en gran parte de Europa en el siglo pasado.
El método escogido luce burdo, pues a título de querer redactar una nueva constitución se pretende anular la Asamblea Nacional, de la que la oposición ganó dos tercios hace dos años, contra todo el poder y maniobras del partido de gobierno para quitarle funcionalidad.
En su intifada, los venezolanos cuentan con amigos decisivos en cualquier contienda: Toda América del Sur, excepto Bolivia y, con menos énfasis, Ecuador, están de su lado. Estados Unidos ha decretado estos días sanciones contra una docena de venezolanos, entre ellos la presidente del Consejo Nacional Electoral, y en su saco de los vientos tiene todavía tempestades letales para desatar. Una de ellas es volátil en extremo y se llama petróleo. Estados Unidos compra el 40% de las exportaciones petroleras de Venezuela y cerrar ese grifo sería fatal para las finanzas a cargo de Maduro. Pero los analistas ven un arma de doble filo, pues un embargo a las compras venezolanas dañaría a la industria refinera norteamericana. Sería una medida contra corriente en un momento en que Donald Trump trata de preservar la economía y generar empleos.
Los observadores ven la intifada de la tierra de Bolívar y Sucre como una lanza letal al Socialismo del Siglo XXI. Después de lo que ocurre en Venezuela, no será fácil encontrar voluntarios para levantar carteles, en Buenos Aires, Londres o Estocolmo, que digan “Fuerza Maduro” o que quieran repetir la frase “Maduro, dales duro” del presidente Morales hace pocos días. Con el tiempo, nadie se atreverá a repetirlo, como ahora nadie daría vivas a Ceaucescu o a Gomulka, los dictadores de Rumania y Polonia.
El decaimiento de Venezuela en medio de la mayor bonanza financiera de su historia es visto como prueba indiscutible de incapacidad administrativa y falencias éticas de un régimen que tuvo todo para hacer de su país una excepción en el continente. El tema es extenso y merecerá nuevos abordajes.
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