Los conservadores, verdaderos enemigos de Bolivia

Ernesto Bascopé Guzmán

Es un hecho que nuestros ingresos por la exportación de gas natural han caído de manera alarmante. Parece claro además que esta caída no será pasajera, a pesar de lo que diga la propaganda gubernamental. Si a esto añadimos la incertidumbre en cuanto a nuestras reservas -lo que nos lleva a negociar nuevos contratos con Brasil y Argentina en situación de desventaja-, la conclusión resulta evidente: el ciclo del gas natural en Bolivia ha llegado a su fin.

Un observador objetivo y desapasionado encontraría, sin duda, mucho material de estudio y podría plantear una infinidad de preguntas al respecto: ¿cómo se explica que Bolivia no saliera de la pobreza, a pesar de tanta riqueza?, ¿por qué se invirtió los recursos recibidos en obras de dudosa utilidad, antes que en salud y educación?, ¿cuánto se perdió en corrupción e ineficiencia? Sin embargo, resulta difícil contemplar esta decepción colectiva desde la imparcialidad académica. Al contrario, quien ama a Bolivia sólo puede sentir indignación moral ante el derroche y la corrupción descarada de la última década. Indignación que debe llevarnos a exigir reparación a los responsables y castigo para los culpables de tanta rapiña.

Pero hay algo más necesario que llevar a los corruptos ante la justicia, más urgente incluso. Se trata de descubrir las causas profundas de esta situación. Esto, para evitar el retorno del ciclo infernal de derroche y desilusión, como en el pasado, con la plata o el estaño. Es urgente, además, porque el periodo de transición política que se vislumbra, resultado inevitable del fin de ciclo económico, exige de nosotros nuevas y mejores propuestas, lejos de las viejas recetas del pasado.

Si de buscar explicaciones se trata, encontramos una sugestiva señal en la repetición insensata de las mismas fórmulas ideológicas por parte de nuestras élites gobernantes. Así, la clase política boliviana y los intelectuales a su servicio han oscilado en las últimas décadas entre el estatismo más intransigente y la adoración fanática del libre mercado. Y aunque ninguna de estas alternativas ideológicas haya cumplido sus promesas, persisten sus seguidores en atribuirles poderes casi milagrosos. No es sorprendente entonces que a cada ciclo económico se proponga las mismas ideas, los mismos remedios, con los mismos mediocres resultados…

Sin embargo, cosa paradójica, el vaivén ideológico no ha tenido mayor impacto en el comportamiento y prácticas de los grupos que detentan el poder en Bolivia. En ese sentido, no sólo repiten éstos los mismos viejos discursos -desde la rancia izquierda hasta el “neoliberalismo” de manual-, sino que también permanecen constantes sus peores prácticas: clientelismo, autoritarismo, manejo discrecional del Estado, mentalidad rentista. Todo con el fin de conservar sus privilegios y parcelas de poder. ¿No es ésta una descripción del comportamiento de gran parte de las organizaciones de este país, de los sindicatos a los partidos, pasando por las “roscas” intelectuales y académicas?

Sobre esta triste constatación, es posible afirmar dos elementos: la rigidez ideológica y la búsqueda obsesiva de privilegios y prebendas, que definen el espíritu de nuestras élites políticas e intelectuales. Y se trata de un espíritu profundamente conservador, intrínsecamente reacio al cambio, impermeable a toda reforma que signifique una pérdida de poder.

Entonces, si buscamos de verdad el progreso de Bolivia, corresponde atacar con la mayor energía este espíritu conservador y los grupos que lo encarnan. Tarea nada sencilla, pues los conservadores no sólo controlan el gobierno sino que tienen aliados objetivos en la academia y en los medios paraestatales. De igual manera, se han atribuido el monopolio de la verdad y han usurpado el título de representantes exclusivos de la nación.

Felizmente, las armas para vencerlos no faltan: nuevos movimientos ciudadanos para hacer frente a las jerarquías partidarias, la dinámica de las redes sociales para superar la barrera de los medios paraestatales y una generación de jóvenes pragmáticos para enfrentar los dogmas y certezas de la vieja izquierda y del neoliberalismo residual.

El fin del ciclo del gas golpeará duramente al país. Sin embargo, hoy, más que nunca, existen razones para la esperanza. Esta vez, quizás de manera definitiva, los conservadores tienen las de perder.

El autor es politólogo.

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