PAREJAS
En una pareja sabemos que cada decisión puede ser una eterna negociación. ¿Qué pasa cuando el poder se estanca o la flexibilidad nos cuesta?
Poco hay en las relaciones adultas de esa fantasía de pareja que soñábamos en la adolescencia. Sabemos bien que la vida de a dos es una construcción, y para levantar un palacio hay que cargar ladrillos bajo el sol y trabajar muchas horas. Queremos un amor que empuje, que contrarreste los altibajos y que nos regale la energía para ceder y llegar a acuerdos. Porque de eso nadie se salva. Porque “almas gemelas” no quiere decir almas idénticas ni decisiones alineadas, mucho menos acuerdos tácitos. Eso de entenderse con la mirada suena precioso en las películas, pero cuando uno tiene ganas de dormir y el otro le prende la tele, por más de que le clave rayos X con la mirada, cuesta evitar una discusión. Y así transcurre la vida de las parejas, decorada con discusiones, negociaciones, crisis y encuentros. Acá, intentamos hilar más fino en los roles que a veces asumimos y te damos algunas claves para el equilibrio.
¿EN QUÉ LUGAR ESTÁN?
Es cierto que la pareja es una sociedad -la más íntima de todas- y, como en todo consorcio, hay momentos en los que alguno cede a favor de las decisiones de otro y otros en los que le toca liderar. El tema es hasta dónde cedemos para no sentir ese “vacío” que invade cuando uno es muy condescendiente y hasta dónde imponemos nuestra perspectiva, sin querer ser los únicos presidentes de la “empresa” amorosa.
Hay muchas formas de resolver las diferencias, pero hay una que resulta esencial: el rol del que cede y el rol del que gana no pueden ser roles fijos o estereotipados, es necesario que circulen. Así, nadie se siente sometido ni vencedor y se evitan acumular resentimientos que luego se cobrarán por otro lado. Para que no se vuelva tan complicado, el poder dentro de una pareja tiene que ser dinámico, repartido y, sobre todo, respetuoso, pero no siempre se da así. ¿Qué rol ocupas en tu vínculo?
“SIEMPRE CEDO YO”
“Gordi, el viernes hay cena con mi familia”, le whatsappeas, y después de tres horas te contesta que justo ese día hay un asado en lo de Pepito, uno de sus 35 amigos. Tú sabes que Pepito no es tan íntimo y que él tiene un evento todos los fines de semana al que lo acompañas. Sin embargo, accedes sin dudarlo y le confirmas que van a ir a la reunión. Cuando te observas en la escena, piensas que te hubiera gustado estar en la reunión que organizó tu mamá y que la próxima vez vas a ponerte primera en tus prioridades. Pero llega un nuevo fin de semana y pasa lo mismo. Esta situación se repite cuando él no quiere hacer algo de la casa y lo terminas resolviendo tú; o cuando se pasa el sábado entero haciendo su deporte favorito en lugar de elegirte, por más que se lo pidas. Entonces, sientes que vives postergándote con al de complacerlo. ¿Es sano sentirse así?
¿Cómo manejarlo? Este modelo más ligado a la sumisión responde a una relación en la que el timón lo tiene el miedo. Pero ese sometimiento sutil hace que quedes descalificada, no solo frente a ti misma, sino frente a tus hijos -si es que los tienes-, quienes podrían repetir estas conductas devaluatorias hacia su mamá o, por el contrario, hacer alianza con ella y rechazar al padre mandón. Empieza por detectar esos comportamientos propios y prioriza tus deseos, hasta lograr un equilibrio con los suyos. La forma en que te sientas después de hacerlo te va a indicar si algo cambió.
“SIEMPRE CEDE ÉL”
Tu poder se cuela en todo y con un simple gesto digitas cada movimiento de la relación, desde si puede ir a jugar al fútbol un jueves en la noche hasta qué tipo de trabajo acepta. Manejas la economía de la casa y, en consecuencia, eres la que define cuándo es un buen momento para irse de vacaciones y cuándo no; opinas sobre su familia, sobre sus amigos, y hasta le eliges la ropa. Esta lógica lo va despersonificando, hasta transformarlo en una persona “a medida” de lo que vos esperas, pero ¿dónde quedan sus gestos espontáneos, los chistes, las sorpresas? Tarde o temprano, se los vas a reclamar, y seguramente él te va a contestar que viene poniendo toda su energía en responder a tus exigencias. Pones tanto esfuerzo en tallar esa escultura acorde a lo que soñabas de un hombre que el polvo termina tapando a ese del que alguna vez te enamoraste. ¿Cómo manejarlo? En estos casos, lo ideal es buscar su inclusión en las decisiones de la pareja, evitando los reclamos y reproches, y proponiendo directamente su participación en situaciones concretas.
“NADIE CEDE”
Sientes que la relación está entreverada y se está desgastando. Tú quieres casarte y a él no le interesa; él quiere gastarse toda la plata en viajes y tú prefieres ahorrar para un departamento. Cada discusión es una batalla perdida para ambos, porque, en lugar de llegar a un encuentro, terminan agotados de tanto pelear. Si tienen hijos, son ellos los que más sufren, porque los enfrentamientos entre padres nunca están buenos. ¿Cómo manejarlo? Puede haber un cierto juego erótico en la batalla permanente, que los mantiene juntos y separados a la vez. Muchos hablan de la reconciliación como un momento de luna de miel que reaviva el amor; pero cuando el poder pasa por querer domesticar al otro, se termina deteriorando la relación y hasta puede volverse violenta.
“CEDEMOS LOS DOS”
Lo ideal en el vínculo de pareja es el sano equilibrio de poderes, donde no te sientas egoísta y tampoco sumisa. La valoración mutua abre una cadena virtuosa, mientras que la competencia genera dolor y resentimiento. Puede haber -incluso a modo de juego- una competencia divertida, siempre y cuando sea con complicidad y disfrute. ¿Cómo manejarlo? Lo importante para que no se pierda este equilibrio es el mutuo reconocimiento y la valoración. Ninguna persona cuenta con todos los recursos y capacidades, por eso es bueno reconocer los puntos donde el otro es más fuerte y delegarle tareas, así como apreciar los propios
¿TENGO ARMONÍA O TENGO RAZÓN?
Cada choque ante una decisión, es una oportunidad para repensar el vínculo y mejorarlo. La clave es tratar de mantener tu propia ecuación siempre positiva, para no sentir un vacío personal o un potencial “pase de facturas” cuando te vuelves muy dominante. Deja de observar el vínculo como una lucha por un poder “territorial” o como una puja por los atributos de mando y haz el ejercicio consciente de mirarlo al revés: sácales jugo a las ideas del otro, en lugar de intentar que se alinee con las tuyas. Ceder -en cuotas lógicas, amorosas y de ambas partes- es lo más inteligente, sobre todo cuando lo que queremos es armonizar la vida en pareja.
Ana Paula Queija
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