En medio de adversidades, crisis económica, confrontaciones político-partidistas, desencuentros, injusticias, desaciertos y nomeimportismos de toda clase, discordias e incomprensiones entre los hijos de la misma madre que es la patria boliviana, llegamos una vez más a recordar la gran epopeya que trazaron los Libertadores, conjuntamente las huestes patriotas y el pueblo, a lo largo de quince años heroicos por las tierras vibrantes del Alto Perú para implantar en ellas la bandera de la Libertad y darnos patria que debiera ser motivo de renovación de los ideales que forjaron la independencia.
Cabe recordar que desde los albores de nuestra República las acechanzas del interés mezquino, la incomprensión, las conveniencias político-partidistas, las posiciones demagógicas y populistas y el egoísmo conspiraron contra la vida de la nación. Si bien el país creció en medio de todo género de adversidades y, a causa de las discordias permanentes, de los bajos apetitos personales, de la ambición desmedida de poder y el eclipse del patriotismo en los grupos ambiciosos, Bolivia vio mermar su territorio, detenerse su desarrollo y progreso e imperar la postergación y la injusticia para la mayoría del pueblo.
A despecho, sin embargo, de todos esos contrastes, las reservas espirituales de los bolivianos se mantuvieron intactas, alimentadas por la llama de sus tradiciones históricas y culturales. Despojado el país de su acceso al mar por una guerra de conquista, sofocado entre sus montañas, librado a sus propios medios con economías siempre paupérrimas, se enfrentó con una naturaleza difícil en un esfuerzo colosal por edificar la nación. De voluntad y conciencia de país podría calificarse la actitud invariablemente mantenida por el pueblo boliviano cuya lucha mayor fue contra los malos hijos que la gobernaron.
De muchas etapas de infortunio salió varias veces el país, dolorosamente burlado en sus más caras aspiraciones, pero fortalecido también en el dolor y en el escarnio y resuelto a renovar su fe en los altos destinos de la Patria que le han devuelto la libertad y la confianza en que sean las virtudes hechas valores y principios de quienes efectivamente aman a la nación que sabe que el pueblo no muere nunca porque sus convicciones se nutren por la determinación de superar toda crisis, derrotar a la pobreza, conseguir el desarrollo armónico y sostenido y hacer que, en todo momento y conducta de todos, primen las libertades, la democracia y la justicia.
Los anhelos de la colectividad se conjugan con una aspiración, con la necesidad de superar pasados tiempos de frustración para encarar un porvenir real sin demagogia, ni populismos retrógrados que, especialmente en los últimos once años, han tratado de imponer ideologías obsoletas al margen de los intereses patrios, de las urgencias y necesidades del pueblo y de voluntades que siempre han sido de amor a la Patria, confraternidad entre los hijos de ella y en franca confrontación con los enemigos de las libertades y, mucho más, con ambiciones que buscan reimplantar en el país tácticas y procedimientos ajenos al espíritu mismo de todos los bolivianos. El pueblo tiene conciencia de que el mundo físico tiene sus leyes y éstas mueven a los hombres empujándolos a cumplirlas en beneficio del bien común.
Muchas son las riquezas y posibilidades del país y, por consiguiente, muchas más las posibilidades que el país tiene a su favor. Todo lo que hace falta es poner en la gran obra un nuevo espíritu que debe emanar de una nueva moral que hizo posible la larga batalla por la libertad que condujo a la independencia nacional y que hoy, en un nuevo aniversario, se reitera en los espíritus y corazones para no bajar la guardia y luchar contra los oprobios que se pretende implantar para favorecer a lo que es contrario al país.
Las bases sobre las que debe cimentarse el futuro nacional deben ser parte de la fe en Dios que nunca abandona a Sus hijos y, en unión del espíritu de quienes forjaron la Patria para su independencia, como en los años transcurridos desde ese 6 de agosto de 1825, el ejemplo de grandes figuras nacionales cuyo espíritu continúa alumbrando los sentimientos y esperanzas de los bolivianos que, pese a las adversidades que hoy viven, sabrán salir incólumes de una batalla contra la demagogia, el populismo y las ideologías que pretenden imponer sistemas ajenos a la libertad y a la democracia que el pueblo no acepta sean vulnerados.
Creer en Bolivia es creer y sentir que las esperanzas se harán más sólidas, que el espíritu y la fortaleza serán parte del diario vivir y que la voluntad y conciencia de país nunca nos abandonará en aras de una nación cuyo destino está seguro en la voluntad de Dios y de quienes, en espíritu, han forjado lo que hoy somos y tenemos unidos en virtudes que se harán valores para el logro de un desarrollo y progreso armónico y sostenido.
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