A medida que se hunde el gobierno venezolano en medio del fraude más vergonzoso para sobrevivir, aparecemos los bolivianos como cómplices, todo porque S.E. admira a Maduro. No existe otra razón que no sea el embobamiento que S.E. siente por el dictador, para que respalde a un régimen podrido que desde hace mucho es repudiado internacionalmente. Si es evidente que uno admira lo que desea ser o tener, está claro que ambiciona seguir el ejemplo admirado. Si S.E. juzga tan extraordinario a Maduro como para apoyarlo contra viento y marea, bueno sería que nos convenzamos, sin sospecha de duda, que hará todo lo posible para perpetuarse en el poder.
El gobierno nacional sabe que está a medio camino de una crisis política extrema que, poco a poco, se irá asemejando a lo que vive Venezuela. Por ahora no hay pugnas con muertos, no hay hambruna ni carestía de alimentos, pero existen exiliados y presos opositores, y un desconcierto político con muy mal olor. El afán de acaparar todos los poderes del Estado para cumplir con el ideario del “imperio de los 500 años”, es algo que nadie puede negar. Y desconocer un referéndum en el que el pueblo le ha dicho a S.E. que ya cumplió con su ciclo, resulta fatal.
S.E. está viendo cómo se desmorona Maduro y siente que sus propios planes tambalean también. Sabe que si Maduro pierde una elección o es derrocado o huye, le puede suceder lo mismo en el futuro. Una amistad personal, por fraterna que fuere, no es suficiente para que Bolivia esté sentenciada a un papel tan indecoroso ante la comunidad de naciones. Todos los días cae muerto un ciudadano en Venezuela y desde el perturbado Twitter de S.E. se lee: “Dale duro, Maduro”. Eso es el colmo. Ya habíamos alertado que el Twitter en manos de S.E. iba a provocar incontables pesares, que un arma de esa naturaleza, mal utilizada, podría ser letal y ahí está el resultado.
S.E. quiere que Maduro perdure en el poder, como que Ortega también, porque se identifica con ambos. Correa, de buena o mala gana, escapó y se salvó, pero hay quienes no quieren irse de manera razonable y que pondrán todos los obstáculos posibles para aferrarse al mando. No se trata de profundizar la “revolución”, ni de grandes ideales ni de amor al pueblo, sino del gusto placentero, hedónico, por el poder. Y el costo altísimo nos lo cobrarán a todos los bolivianos, los vecinos primero y luego en los foros internacionales, aunque tantos compatriotas deploran y se indignan de que S.E. hable al mundo en su nombre.
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