Las nuevas técnicas de “corregir”, “editing” en inglés, o alterar el genoma de un vegetal cambiando su DNA, en vez de insertar genes adicionales en él, que es la práctica transgénica conocida y practicada, ya están siendo utilizadas en California, EEUU, e incluso el producto ya está siendo comercializado seguramente al por mayor. Hay canola resistente a herbicidas producida de esta manera y su comercialización está establecida. También se habla de un césped que no se daña y que incluso causa luminosidad en la oscuridad, papas que no se pudren ni se oscurecen y flores duraderas. Por supuesto que hay otros vegetales en camino a ser producidos de la misma forma. La técnica se considera tan innovadora y prometedora que las autoridades reguladoras de EEUU y otros países se dice que debaten en torno a que si esta técnica puede considerarse ingeniería genética y cómo debería regularse. Pero embrollan.
Según el New York Times, la técnica de “corrección” del genoma es más directa y precisa que las técnicas conocidas de exponer las plantas a radiaciones o químicos que provoquen mutaciones para conseguir un resultado determinado o algo cercano a él que a menudo es difícil determinar. Es el orbe del más o menos. A propósito, hace décadas que se utiliza estas técnicas al parecer sin estar sujetas a mucha regulación oficial, lo que lógicamente causa inquietudes ya que potencialmente los cambios pueden arrojar resultados inciertos y/o indeseables en las cosechas que luego son comercializadas casi siempre a mayor precio que las convencionales. Son varias las compañías multinacionales que por décadas pregonan las virtudes de las prácticas transgénicas y tienen adeptos por doquier.
Hay técnicos que opinan que la técnica de “corrección” da los mismos resultados que los de técnicas convencionales de mutación. La diferencia radica, dicen, en que con la “corrección” el resultado es más rápido. Hay críticos que dicen que “corregir” el genoma puede producir cambios inesperados. También dicen que las “correcciones” se hacen con vegetales que crecen en un plato, y que el proceso de convertir esas células “corregidas” en plantas en sí puede causar mutaciones inesperadas y hasta desconocidas por lo poco perceptibles. Y si son percibidas empresarialmente, ¿lo son también oficialmente?, ¿y salen a la luz pública? Las mutaciones llamadas tradicionales y ésta al parecer nueva de “la corrección” ¿darán resultados saludables a toda prueba? Nada es perfecto, pero…
La verdad es que se precisa mayor dedicación oficial seria en todos los países, e internacionalmente por medio de la FAO de la ONU, para determinar de una vez por todas si estas técnicas de manipulación de genes vegetales de una forma u otra son saludables a largo plazo tanto para el ser humanos como para los campos de cultivo, la fauna y en general para el futuro de la agricultura alimentaria del mundo. Por supuesto que se necesita producir más y mejor en menos tiempo, y estás técnicas científicas de manipulación genética prometen, pero que no solamente generen ganancia a los productores y elaboradores de alimentos, y gobiernos, sino que nos beneficien a todos.
Por algo la Co-Directora del Centro-Sociedad de Ingeniería Genética de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, Jennifer Cuzma, recientemente opinó que dentro de poco habrá un torrente de peticiones de exención de regulaciones por parte de productores tanto de estos insumos genéticamente manipulados como de los comercializadores de cosechas y minoristas, lo que hará necesario un debate público en torno a qué y cómo debe se debe regular estas manipulaciones genéticas que entran en la categoría de imprescindibles y “de vida o muerte”. Solo así se apaciguarán los ánimos de consumidores y del público en general. La verdad es que la tecnología siempre anda por delante del quehacer regulador en todas partes lo que no deja de ser un problema.
El autor es miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua.
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