Augusto Vera Riveros
Cuando en 1917 estalló la revolución a la cabeza del proletariado de un país sumido en la pobreza, como lo era la Rusia zarista, fueron Lenin, secundado de cerca por León Trotsky y otros seguidores del Manifiesto creado por Marx y Engels, quienes se empoderaron de ese movimiento que indudablemente sacudió las anacrónicas estructuras de un sistema de gobierno feudal hasta bien entrado el Siglo XX.
Y en ese contexto, es verdad incontrastable que el ucraniano, judío solo de origen, más allá de divergencias siempre superadas y más de táctica revolucionaria que de fondo ideológico con su jefe Lenin, del que más bien fue recalcitrante epígono, jamás, por lo mismo, fundó o siquiera pregonó una nueva tendencia ideológica que fuera más allá del nombre, atribuible en todo caso, exclusivamente a sus detractores a la cabeza de Grigori Zinóviev, conspicuo miembro del Politburó soviético; invento que por su prestigio en el Comité central del partido y su efímera coalición con Stalin, propagó rápidamente para defenestrar a quien constituía un peligro para sus ambiciones personales.
Que Trotski hubiera propugnado la revolución permanente, no supone que haya dado nacimiento a una nueva corriente política, por lo que esa propuesta no pasó de ser un matiz del comunismo ya contemplado en su declaración de principios y ni siquiera con carácter fundacional, sino recogido de la Revolución Francesa.
La decantación casi impúdica que los Kamenev, Sinóviev y otros dirigentes del Comité Central del partido Comunista preconizaban por Trotski hasta 1924, contrastaba con la inquina patológica que a Stalin le provocaba de mucho antes, el genio del organizador del Ejército Rojo. Que el giro que dieron los dos primeros luego de la muerte del líder de la revolución de Octubre y la implacable persecución in crescendo del último, determinaron que la postura de León Davidovitch fuera acentuándose respecto de la revolución permanente que no resentía en modo alguno la doctrina de su mentor, y que el mismo Lenin compartía.
Luego, pensar que porque en algunos países se adoptó el término “trotskismo” como corriente del pensamiento, dicen algunos, más avanzada que el marxismo, es una farsa sin ningún asidero doctrinario, que dicho sea de paso, apareció mucho después de la muerte de su epónimo, porque él mismo, era un ferviente defensor del más puro marxismo, de modo que en países como el nuestro donde esa orientación ideológica encarnada en el POR como instrumento político y en parte del Magisterio como su brazo gremial, no tuvieron, ni tendrán nunca posibilidad alguna de tomar el poder, conocida la violencia como método de lucha que no es propia de su inventada doctrina sino propugnada por Karl Marx y Federico Engels y cumplidamente ejecutada por sus discípulos Lenin, Stalin, Castro, Kim Jong-un y alguno que otro trasnochado que todavía queda en alguna latitud del mundo.
El mismo Trotski, en el ejercicio del poder, hizo gala de su crueldad a la hora de eliminar a sus enemigos y fue víctima de una muerte igual de brutal a manos de su correligionario en rigurosa práctica de un comunismo del que aún existen resabios, en oposición a un trotskismo rechazado aún por el propio Trotski y que obedeció inicialmente para designar a los partidarios de la IV Internacional, pero en esencia fue un continuador del pensamiento leninista por lo que en el mejor de los casos puede admitirse una simpatía personal por el gran escritor y orador de Petrogrado, pero el “trotskismo”, no existe.
El autor es jurista y escritor.
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