José María Alonso
Marcelo Arduz Ruiz es uno de los poetas contemporáneos que, con orgullo, nos deja sentir su añoranza por la tierra de la cual es oriundo. Una tierra hermosa y fértil, llena de colorido y circundada por un entorno paisajístico forjador de sublimes poetas y de la tan renombrada copla chapaca, una copla fresca y ritual, reveladora de la esencia más genuina del espíritu popular.
Arduz Ruiz se nutre de los recuerdos para añorar con enorme cariño esta y otras maravillas de la tierra que le viera nacer y más tarde partir allende de los mares, hacia tierras que se dejaron embriagar por la musicalidad de sus versos, desnudos de pompas y ornatos estériles.
Entre muchos libros notables de su autoría, el que más hondas huellas ha dejado en mí ha sido “La tierra en uno” (Madrid, 1985), por ser el que encierra sus añoranzas más sentidas, y donde surgen las constantes claves que lo asocian a la poesía.
Tarija cobra protagonismo por su encanto natural: sus valles, cerros, montañas, arroyos y el río Guadalquivir; por sus flores: begonias, verbenas, amancayas, alantuyas; sus pájaros: jilgueros, gorriones y chulupías; sus instrumentos musicales de honda resonancia (como el erke y la caña); el colorido de su paisaje, en tonos blancos, amarillos, lilas; y la mujer tarijeña, llena de encanto, dulzura y dones difíciles de olvidar…
Existe también un recuerdo especial para algunas de las festividades de la tierra tarijeña que nos hace participar de la alegría de las gentes que las impulsan y luego las disfrutan; en especial la festividad de San Roque aparece como una fiesta pletórica de devoción, incienso y cánticos, de danzas, regocijo y religiosidad.
En determinadas ocasiones, la añoranza del poeta se proyecta más allá en una visión histórica que conjugando metafóricamente, lo lleva a comparar dos ríos de diferentes nacionalidades pero del mismo nombre: Guadalquivir. Y en ese contraste, el poeta intenta participar de la historia entre ambos ríos y sus gentes que de alguna u otra forma se ven relacionadas con ellos.
Por otra parte, la añoranza del poeta por su tierra no es una añoranza forjada por sentimientos de dolor o pena, sino por la alegría procedente de un profundo sentimiento y deseo manifiesto de no perder sus raíces geográficas e históricas bajo influjo de las corrientes europeizantes.
Desde la óptica del lenguaje poético, se diría que el estilo que caracteriza a “La tierra en uno” responde a periodos de transición entre una cierta densidad rítmica y un fuerte dinamismo, derivado de los cambios habidos en su estado emotivo y según los distintos elementos temáticos tratados.
Y con la amalgama de todos los elementos que el poeta extrae de su añoranza, inspirada por su entrañable tierra y este estilo dual -entendido a la vez como método de trabajo estilístico- consigue que de ese mundo interior tan personal, participe de igual forma el destinatario de los textos.
Y esta añoranza, en ambos, tanto en el poeta como en el lector, deja un grato sabor en el paladar; sabor de una tierra llena de floresta y de encanto; de buena fe y jovialidad; y la añoranza que aquí adquiere una dimensión que nos quita toda nostalgia latente, cristalizada en una cornucopia de imantada felicidad...
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