Existe el criterio en la mayoría de la población mundial de que una buena porción de la parte inconsciente de la humanidad se encuentra empeñada en destruir lo que más debería cuidar: la Tierra, el planeta que habitamos y que es hogar de todos. Hay inclemencia por destruirlo todo en aras de “conseguir beneficios para la población” y modernizar ciudades y pueblos para dar mayor espacio a las industrias -inclusive a aquellas que utilizan millones de hectáreas para la fabricación y puesta a prueba de armas que sólo sirven para matar, destruir y aniquilar el presente y futuro del planeta-.
La deforestación de bosques, selvas y junglas conjuntamente la poca arboleda de sitios con mucha población, avanza inmisericordemente. La industria maderera causa estragos indescriptibles y se lo hace a conciencia de que el reemplazo de árboles ricos no se produce en lo inmediato en los casos en que se reemplaza la existencia en bosques y selvas, en cabeceras de valle y sitios tropicales. Maderas, vegetales de toda naturaleza, plantaciones de extensas arboledas “tienen que dar paso a la civilización”, según criterio de ignorantes e insensibles destructores que sólo conciben la vida a través del dinero. También martirizan al planeta y sus bienes los que utilizan miles de hectáreas para el cultivo de plantas alucinógenas que, industrializadas, embotan los cerebros y causan mucho daño hasta quitar la vida, cual es el caso de la coca, la marihuana, la amapola y muchas otras plantas opiáceas que contribuyen a la criminalidad a cambio de dinero, dinero que con facilidad increíble anula la conciencia de quienes poseen poder; bienes financieros y hasta ciencia y tecnología que podrían hacer del planeta un sitio ideal de vida y digno, pleno de la naturaleza que sirve al ser humano, a los animales y a las plantas que son generadoras de vida.
Naciones Unidas y muchas organizaciones mundiales han tratado, desde el año 1948, que el hombre cuide el planeta, que las guerras y enfrentamientos entre los hombres no sean creadoras de más muerte mediante la destrucción del medioambiente; pero, más han podido las ambiciones, el orgullo y la petulancia de hombres inconscientes y ajenos a todo respeto a los derechos humanos, que contribuyen a la aniquilación de la humanidad, condenándola a que en pocas décadas el orbe deje de ser refugio de vida para la civilización y, por el contrario, crean más sistemas, medios y armas para matar y destruir, para atentar contra la vida y para ensañarse contra el medioambiente. Esa inconsciencia ha perfeccionado todo tipo de armas hasta llegar a las bombas de hidrógeno y construir misiles y ojivas nucleares con capacidad para que con un 5% se pueda destruir todo el planeta.
La deforestación, especialmente en países del Cuarto y Tercer Mundo, con incidencia muy especial en Latinoamérica, es practicada inmisericordemente, con saña que parece emanar de los sentimientos más criminales que pueda concebir el ser humano. Así, se deforestan millones de hectáreas, se envenenan ríos y lagos, se aniquila miles de especies animales y vegetales y se contaminan las aguas. Cada país del continente latinoamericano anota en su contra atentados contra la naturaleza porque no hay valores que permitan parar la destrucción, tener compasión con el suelo en que se vive y crear condiciones para que la Tierra sea por siempre el hogar bendecido por Dios y que seguirá siendo el sitial donde el hombre sea defensor y vigía de la naturaleza con un medioambiente saludable y libre de envenenamientos.
En nuestro país, por criterios o sinrazones político-partidistas, hay complacencia e indiferencia por quienes atentan contra la naturaleza; el propio gobierno, al anular la ley 180 que establece intangibilidad para 22 reservas forestales que conforman los parques nacionales, dio pasos certeros para autorizar la continuación de un camino que divide el territorio del Tipnis y lo hizo consciente de que esa vía servirá solamente para que cocaleros cultiven más coca y loteadores de tierras se asienten en esos territorios para negociarlos entre quienes explotarán minerales y riquezas. Anular la intangibilidad del Tipnis no es otra cosa que abrir las compuertas para que las 21 reservas forestales que protege la ley 180 caigan en manos de cocaleros y negociantes inescrupulosos.
Anular la ley 180 implica un nomeimportismo total con poblaciones asentadas en ese territorio y que viven de la agricultura, la caza, la pesca y la artesanía, personas que tienen sus propios idiomas, costumbres y culturas, habitantes asentados por muchas generaciones en todo el territorio y que nunca podrían adecuarse o adaptarse a la invasión de cocaleros, empresas que busquen gas y petróleo, madereros y loteadores que vendan tierras a costa de los pobladores.
Cuánto daño se haría si continúa la depredación de las reservas o territorios declarados intangibles; cuánto daño se haría a todo el país y a la misma humanidad porque se trata de violar, invadir, hollar territorios que son patrimonio mundial y, sobre todo, reserva de bienes y valores de las generaciones actuales y futuras. ¿Qué criterios -salvo los económicos y las ambiciones de mayor poder- han podido reemplazar a las conciencias de los propiciadores y autores de atropellar y destruir las reservas intangibles como son las 22? ¿Por qué destruir árboles que son dadores de vida con agua y oxígeno desde selvas, junglas y bosques?
Así, en nombre de una civilización mal entendida, las hachas y las sierras eléctricas derriban árboles, se destruye vegetación y se matan animales; se “gana” terrenos para aeropuertos y ampliación de ciudades, se anulan extensas zonas de pastoreo de ganado y se cancela agricultura que provee de alimentos; se “chaquea” e incendia, se anula a la Naturaleza y se reducen las posibilidades de recuperación y vida del Efecto Invernadero, del Cambio Climático y el Calentamiento Global; en “compensación” (como dicen los inconscientes) se “asegura la vida” y “se mejoran las calidades y condiciones del planeta”, se agigantan las desertizaciones; pero, en realidad, se reduce drásticamente todo lo que hace bien al hombre, le asegura vida y seguridad, lo protege de muchos males causados por él mismo. Descuidar el cuidado de la Naturaleza es aumentar las ambiciones hegemónicas de quienes buscan más poder e ingresos económicos que, más temprano que tarde, servirán para aumentar los peligros que se ciernen sobre la humanidad.
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