El Congreso estadounidense aprobó, hace pocos días, un presupuesto de 1.600 millones de dólares para reforzar la construcción del muro que se levanta en la frontera con México.
Cuando Alemania Oriental, por órdenes de la URSS, construyó el muro de Berlín para que alemanes que ansiaban libertad, alimentos, salud y vida querían trasponer la frontera hacia Alemania Occidental, tanto Estados Unidos como todos los países del mundo, llamado libre y democrático, condenaron esa política y la calificaron “muro de la vergüenza”.
Hoy, ante el peligro que se cierne sobre todo el mundo y no solamente contra EEUU con el narcotráfico que crece imparablemente, es Estados Unidos, su Congreso y sus instituciones más representativas las que apoyan la construcción de un “muro de la vergüenza” que muestra la insanía de muchas personas con poder que creen en la solución de los problemas mediante la supresión de las libertades, del derecho de los habitantes del planeta a transitar por cada rincón del orbe solo cumpliendo reglas, normas y leyes para no afectar ni la seguridad ni tranquilidad de las personas.
El “muro de la vergüenza” implica que los Estados Unidos, o mejor, el pueblo de ese país se vea obligado a adoptar una medida que siempre había condenado, como es la supresión de libertades y de derechos del ser humano, habida cuenta de que en el día a día pasan por las fronteras con todo el sur de la Unión y el norte de México, miles de automóviles y que las autoridades de aduanas y policías dicen “haber registrado minuciosamente si transportaban droga”; un resultado que es imposible conseguir si se tiene en cuenta que la cocaína y otros productos alucinógenos no siempre son colocados en maletas y paquetes visibles para su ingreso a cualquier país y menos a uno que se cree posee controles muy estrictos. Y la prueba de esa imposibilidad está en lo que hacen, por ejemplo, aduaneros y policías antidroga en el aeropuerto de Lima, donde se revisa y secuestra a muchísimos viajeros narcotraficantes y jamás se llega a la cantidad de “miles de personas”.
El “muro de la vergüenza” es un mentís a todo lo predicado por el gobierno estadounidense y sus instituciones en sentido de respetar la vida y derechos de los pueblos; ese muro significa violación a toda norma de respeto y contradice las políticas de buena vecindad y amistad predicadas en todos los tiempos por gobiernos estadounidenses. Todo muestra la impotencia de las autoridades para encontrar medios y formas para evitar el ingreso de drogas y pregonar que por la frontera pasan “miles de vehículos debidamente controlados”, es una forma de engaño, de hacer creer que ello es efectivo y, habría que preguntar ¿cuánta droga ingresa por vía marítima y por aire?
El muro implica ser una vergüenza y atentado a todo el continente americano y con este procedimiento tan indigno no se puede decir que se defiende la libertad, la democracia y la justicia, mucho menos si hay -debe haber- medios y sistemas para combatir drásticamente la producción, transporte y comercialización de drogas; la verdad es que si no se lo hace es porque no se quiere o se consiente a propósito.
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