Bolivia, una nación todavía en busca de sí misma

Bolivia es todavía una nación incipiente cuyo menester principal es consolidarse. Aunque hayan pasado siglos con desolaciones y victorias (guerras y conquistas democráticas, v.g.), y se haya llegado al Siglo XXI con la más violenta aspiración al progreso, la nación boliviana es todavía un colectivo desorientado por ser inconsistente. Se habla de aislamiento geográfico y de dificultades orográficas para hallar una justificación al destino adverso (en lo nacional e internacional), pero se olvida que varios países del viejo mundo, hoy prósperos y con democracias bien consolidadas, no tuvieron ni tienen suelos fecundos ni circunstancias naturales favorables. Se olvida -o nunca se supo- que la historia enseña que la grandeza de una raza está proporcional y directamente vinculada a los infortunios vencidos en su lucha con su medio y con los elementos naturales que le asedian. Es un síntoma de decadencia o cuando menos de mediocridad social, yo diría extendida casi como una patología general, cuando un pueblo busca el origen de sus desventuras en factores exteriores (a veces irreales e imaginados, porque cada episteme y paradigma construye un imaginario que es producto de un revisionismo histórico, a veces ligero) que le circundan. La terrible lucha con el medio físico debiera ser de las mayores fuentes de progreso.

No hemos sido tan derrotados por el araucano en el Pacífico, ni en los Acres, como en el seno mismo de nuestras conciencias y nuestra psicología.

A principios del Siglo XX se tenía como centro de las decisiones políticas y de todo el fenómeno social en sí mismo al Ande. Decíase, o al menos pensábase, que la raza estaba iluminada por las luces del telurismo andino, sin tomar en cuenta la potencia o la energía que pudieran tener también valles y trópicos. Sucede que en Bolivia hay dos tipos de heterogeneidad: la del medio (meseta andina, valles y trópicos) y la de la raza. Es por eso que la integración tarda, pero tendrá que hacerse fatalmente, porque si este colectivo pudo perdurar a través del tiempo en una jurisdicción, es porque hay nación, hay un vínculo imperceptible pero al mismo tiempo insoslayable. La prueba es la integridad territorial, lo cual puede parecer paradojal. Quizá hoy ya no se pueda hablar de una personalidad hecha para la “resistencia y la persistencia” (Tamayo), que era modelada así de huraña y terca por las murallas y los contrafuertes de las cordilleras andinas, ya no se podría hacer esto, decimos, porque hoy Bolivia es un todo complejo, social y geográficamente hablando, como ya tenemos dicho. Y es por esto que la tarea de la integración nacional todavía está muy vigente y pendiente.

Bolivia tiene un pasado de dolor, es hija de un abolengo de inquinas y maledicencias porque la política decimonónica no fue más que un juego de dados sobre el sudario de la patria y no el elevado concepto y práctica políticos de los que hablaba Aristóteles.

Estoy cierto de que las ideas de la filosofía alemana sobre la Nación (Nietzsche, Fichte, Kant, e incluso el mismo Goethe) tienen cimientos inmutables, pero hay que hacer una valorización pedagógica y social propia, un revisionismo histórico en profundidad, para que se sienten las bases de una integración eficiente y práctica. ¡Toca a la puerta la necesidad de una reforma educativa! Además de todo lo dicho en este artículo, están las cosas materiales en que los estadistas deben pensar: carreteras, vías fluviales, políticas públicas a largo plazo, etc.