Juan Ahuerma Salazar
Altas loas a la Tarija Salteña o a la Salta Tarijeña. Esas dos hermanas separadas en la infancia por la frontera entre dos naciones hermanas. De todos los museos del dolor no recuerdo uno más intenso, y más prolongado en el tiempo de la intemporalidad, que aquél que sufren dos hermanas que han sido separadas, por gigantes disfrazados de molinos como los encantamientos que avizora Don Quijote, o por las grandes parcas y espantajos que se proponen como propaganda del progreso.
Motivos mezquinos, como arrebatarles su herencia espiritual y depredar los frutos luminosos que tenían en su tierra cuando eran una, indivisible y clara. Nada se equipara al dolor de estas dos hermanas separadas por las mezquindades del Sistema. Y así tan alto es ese dolor, tan clamante, como alta es la algarabía de su re encuentro, esporádicos encuentros tal vez, y de los cuales nos dignifica, como artistas y escritores, ser sus representantes.
Y en ese sentido quiero agradecer el honor que se me concede, como salteño y Güemesiano, presentar esta última obra de Marcelo Arduz Ruiz en su tierra natal, felizmente titulada “La Tierra en uno”, porque no es de uno, y como dijera Borges de la Patria: no es nadie y todos lo son...
De su autor solo voy a decir que ha cultivado con asiduidad el género de lo que se da en llamar Poesía Concreta, pero siendo testigo de aspectos de su obra, debo asumir que lo suyo es la Poesía en toda la profundidad y la amplitud de la acepción del término, que en términos del arte equivale a un guerrero astral.
De su obra honda y temblorosa de tan sentida, que se nos presenta como una caja de sorpresas, llena de aquellas riquezas intangibles que tal vez creíamos perdidas para siempre:
Los Comandantes de la Soledad de estas tierras atravesando el crepúsculo más allá del horizonte, sus lanzas y sus sables chispeando en la sala de los dioses de esta América Irredenta, como la tormenta originaria que ha sido la idea de la libertad americana.
La luna, la cada luna que tiene cada calle reptando por las paredes de la oscuridad para alcanzar su lugar en la noche. Y ese gran poema, ese bellísimo poema adonde el Santo sale caminando del templo con su perro. Con ese solo poema se podría hacer el gran misal de la bondad a la intemperie.
No es un arte noble el de la enumeración, y menos el de cronicar la belleza que se insinúa entre las líneas de este libro. Baste decir que en la poesía de los dos Guadalquivires he visto reflejado el destino de dos ciudades que, aunque distantes, provienen de la misma cuna, de las dos hermanas que separadas confluyen siempre hacia su misma profundidad, en su destino único como único es su cielo.
Cuando abran este libro van a escuchar cómo se derraman las campanas que estaban dormidas en las torres del tiempo, en las catedrales secretas, místicas y paganas que tienen las gentes, los pájaros y las flores de la tierra en uno”.
El autor es Director de la revista argentina
El pájaro cultural.
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