Augusto Vera Riveros
Hace unas semanas en esta misma columna aludí a algunos países que aún son parte de un reducido cuanto catastrófico sistema comunista. Uno de los estados que ejecuta a rajatabla ese sistema de gobierno es Corea del Norte, y cuando promediamos el año 17 del Siglo XXI, para nadie de juicio equilibrado puede ser siquiera discutible que el país asiático está gobernado por un despiadado Presidente, descendiente del linaje de los Kim y cuya tercera generación a la cabeza de esa nación, hace que no sólo su seguridad, sino la del mundo, penda de un hilo ante la postura del tragahombres Kim Jong-un que hace honor a la dinastía más cruel de que la humanidad en los últimos sesenta años tenga memoria.
La República Democrática Popular de Corea, con un PIB de alrededor de USD 40.000 millones frente a los USD 263.000 millones que al otro lado de la frontera es el valor de mercado sólo de la sudcoreana Samsung, desde su nacimiento, en 1948, hizo rendido culto a las prácticas de violencia enarboladas por el marxismo-stalinismo, formando uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
El “Eterno Presidente” título del que, a muchos años de su muerte, aún goza el fundador del país más cerrado y con una población que ignora todo lo que acontece más allá de sus fronteras, inauguró un modelo económico que cada vez retrocede más, con una de las peores puntuaciones en cuanto a libertades de prensa, ciudadanas, índices escandalosos de corrupción y todas las lacras con las que los tres líderes de la dinastía han llevado al país a un colapso financiero y moral sin precedentes.
Es cierto que las sanciones económicas extranjeras han contribuido a la asfixia económica de Corea del Norte, pero es también evidente que una familia se hizo cargo del atraso de varias generaciones, sometiéndolas a un régimen que sitúa al país en las antípodas de la democracia.
Toda la impronta que el fundador dejó en Kim Jong-un determinó que el joven dictador con una profundización del sistema comunista, a la que sumó una inestabilidad psicológica parecida a la esquizofrenia, en los últimos tiempos se halla empeñado en mostrar al resto sus armas nucleares, sus misiles balísticos de largo alcance y otras armas de destrucción masiva, mediante amenazas reiteradas de ataques focalizados en territorio de la Unión americana, que de concretarse podrían desencadenar una catástrofe militar de descomunales consecuencias, si tomamos a la letra –y no hay razón para no hacerlo- las advertencias del presidente Donald Trump de tener el ejército y arsenal más poderosos del planeta, con lo que no vacilaría en responder a su eventual agresor.
Pero retrotraigámonos a los conflictos bélicos que asolaron a gran parte de Europa en las primeras décadas del próximo siglo pasado. Es cierto, fueron varias y graves, insalvables diríase, las causas que dieron origen a las dos guerras mundiales; pero en el caso de la primera conflagración, el asesinato del Archiduque de Austria Franz Ferdinand y la invasión a Polonia por parte de una Alemania aún sangrante en el caso de la segunda, fueron los motivos inmediatos que determinaron el estallido de las pasiones de las potencias involucradas.
El menor de los Kim, con gastos militares exorbitantes fruto de un desmedido programa de armas nucleares y que laceran la abyecta pobreza de su pueblo; acostumbrado a complacerse con las más vergonzosas excentricidades, a ejecutar a cuanta autoridad o particular le desagrade, puede ser la chispa que incendie a la humanidad toda.
El autor es jurista y escritor.
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