II
Iván Camarlinghi Mendoza
Dicen que recordar es vivir. Pueblo que olvida, se arriesga a repetir errores políticos. Este es el caso, porque los bolivianos pensábamos que el golpe del 21 no era un golpe más, era un movimiento para erradicar el comunismo de Bolivia. La participación del MNR y FSB en el “pustch” era garantía de que no sería una dictadura militar típica. Su inclusión daba carta de ciudadanía a los golpistas: El enemigo principal de esa noche era el comunismo y el esfuerzo pro-soviético por instaurar una Asamblea Popular. La mayoría de la gente estaba de acuerdo con que su derrocamiento y reemplazo por un “gobierno serio y progresista” era la única opción.
Habría que escribir una novela corta para describir todo lo que pasó ese 21. Se inició el Plan Cóndor: empezó una sañuda represión a dirigentes de todos los sectores, especialmente periodistas, universitarios y dirigentes de izquierda: Los periodistas Daniel Rodríguez, Andrés Soliz Rada, Harold Olmos, Mario Guzmán y muchos otros; Rubén Sánchez, Antonio Araníbar y Hernán Siles Zuazo, entre muchos otros, fueron perseguidos, exiliados y despojados de su nacionalidad con el tristemente famoso “sello rojo” en su pasaporte. Otros murieron, como el Rev. Mauricio Lefebvre o el hermano de Carlos Toranzo y varios otros.
Los nombres de los perseguidos, torturados, exiliados y asesinados se dieron por cientos o “a lo peor”, por miles, porque Banzer no era Morales Bermúdez, ni Pérez Jiménez o Juan Domingo Perón, se pareció más a Rafael Videla (que le apoyó con logística y paramilitares cuando llegó a mandar en la Casa Rosada, en 1976), Augusto Pinochet (al que se alió después en 1975), aunque no se sabe cuál fue peor en represión, exilio y muerte de los 70 a los 90.
No podríamos recordar el 21 de agosto del 71 si no tendríamos democracia, pésima democracia ahora, pero democracia al fin. Esta democracia de 35 años está no solo estancada, está retrocediendo: Un solo ejemplo, Roger Pinto, dirigente de la UD, de 58 años, murió en un extraño accidente de avión después de sufrir la persecución sañuda por acusar a dirigentes del gobierno por tener vínculos ilegales y corruptos, que lo mantuvo preso 14 meses en la embajada de Brasil y 5 años exiliado en Brasil hasta que murió hace pocos días.
Muchos bolivianos lucharon y murieron ese día. Cómo olvidar a Marcelo Quiroga con fusil M-1 en mano, arengando para unirse a la lucha; o a Coco Manto, escapando raudamente para esconderse en la embajada de México o a Guillermo Aponte corriendo a la Sánchez Lima para pedir asilo a la embajada de Argentina con Augusto Montesinos y otros, así como tantos que tuvieron que fugar en menos de medio día para refugiarse en embajadas, consulados o en casas de acogida para evitar la muerte o la tortura.
Han pasado 46 años desde esa trágica tarde del 21, inolvidable para muchos por el asalto al poder, pero que muchos nunca olvidarán por todo lo terrible que fue para miles de bolivianos. Los mártires de esos aciagos días merecen un mejor homenaje que recordarlos hipócritamente olvidando la fecha y el año del golpe y, por otro lado, apaleando a indígenas, discapacitados, cocaleros disidentes, maestros perseguidos, cooperativistas hambrientos y dirigentes opositores enjuiciados, exiliados o encarcelados solo por luchar por una verdadera democracia, mejor, más ética, más inclusiva y más auténtica que la actual, nada más.
El autor es diplomático y periodista.
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