Día que pasa, la ciudad de La Paz es escenario de marchas, bloqueos y manifestaciones de toda clase protagonizadas por diversos sectores sociales que aumentan no solo en cantidad sino en calidad y causan enormes perjuicios al país y sufrimientos indecibles a la población. La ciudadanía de esta ciudad se encuentra enloquecida con esta clase de expresiones sociales que, en vez de disminuir, aumentan a diario y no tienen el menor indicio de que van a llegar a su fin. Por otro lado, el gobierno, que mira con indiferencia estas protestas, no adopta la menor medida (excepto utilizar la violencia y los gases) para aliviar la angustia pública, ni adopta medidas que atenúen el desprestigio que le está afectando.
Desde hace unos veinte años, los movimientos sociales han ido en aumento paulatino, debilitaron la economía nacional e inclusive desestabilizaron no a uno, sino a varios gobiernos, determinando, inclusive, el cambio de gobernantes. Esas manifestaciones tenían, en la forma y en el fondo, origen y orientación política en busca de soluciones para sus grandes problemas locales y nacionales. Efectivamente, alcanzaron el objetivo de cambiar gobiernos con la esperanza de que éstos resuelvan las causas de esa situación de intranquilidad y, por tanto, se elimine sus efectos y retorne la normalidad.
Sin embargo, pese a que algunos nuevos gobiernos ofrecieron la luna y las estrellas para poner fin a la intranquilidad, la agitación y el caos, el movimiento de masas no solo aumentó, sino se extendió a otras regiones del país. Es más, éste y otros gobiernos se empeñaron en crear nuevas causas que lo único que hicieron fue enervar aún más los ánimos de la opinión pública y, como resultado lógico, los bloqueos, marchas, mitines y otras formas de protesta pública fueron aumentando hasta llegar a su culminación en el curso de días pasados.
En esas marchas y bloqueos participan trabajadores campesinos, mineros, sindicatos de obreros, gremiales, inválidos, choferes, maestros, empleados públicos, estudiantes y otros grupos sociales, los mismos que, sin excepción, hacen reclamos para ser atendidos por el gobierno y para que éste solucione los problemas que causan las protestas. No obstante esas presiones, que inclusive llegan al uso de dinamita y en algunos casos mueren funcionarios del Estado, el gobierno o bien hace oídos sordos o bien se limita a curar el problema con masajes y cataplasmas sin atender, ni mucho menos, las causas que determinan este estado de cosas que llegó a su culminación en las dos últimas semanas.
En forma general, por un lado, se puede observar que las diversas causas de esta crisis social, que está derivando en una situación política inquietante, son formas de expresión de los agudos problemas que atraviesa la población del país, y en particular la de La Paz y, por otro, la actitud ultra liberal del gobierno que desde hace diez años deja hacer y deja pasar y mira los problemas desde su torre de marfil, sentenciando con soberbia: “Después de mí el diluvio”.
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