De la antología de fábulas
Cansado de trabajar tanto, el buey pidió consejo al burro; un burro distinto al de todas las fábulas, gordo, querido del amo, encantado de un vivir, muelle y holgazán.
–¿Qué haces tu para no trabajar?, le preguntó el sufrido buey.
–Nada, una tontería: cuando el trabajo aprieta mucho, me hago el enfermo. Prue-ba el sistema. . .
El buey lo probó. Puso los ojos más melancólicos que nunca, mugió lamentablemente, y tomó el aspecto más triste y desolado del mundo. Ese día, el trabajo del buey hubo de hacerlo el burro. Por la no-che, tuvieron ambos animales el siguiente diálogo:
¿Qué hay, hermano burro? ¿Cómo le ha ido?
–Regular, regular, hermano buey. ¿Y a usted?
–A mí, divinamente. . . ¿Qué dice el amo?
–De trascendencia, nada. Sí, le oí decir una cosa, una tontería, no se preocupe. . .
–Y que fue ello, hermano?
–Pues que como usted, por las trazas amanecería enfermo, mañana, se iba a ver obligado, con todo sentimiento suyo, a enviarlo al matadero...
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