La semana pasada, escribíamos en estas mismas páginas, sobre la peste que significa para los bolivianos los permanentes bloqueos, marchas y paros. Y reiterábamos que ningún país puede vivir cercado, bloqueado cada día, sin poder trabajar a plenitud. Y que ahora los inventores del método funesto están tomando de su propio veneno y no vemos que tengan el antídoto a mano.
Lo que está sucediendo ahora en el altiplano paceño no es algo para tomar a la ligera. En torno al “Mallcu” y Achacachi, se está constituyendo una liga de poblaciones descontentas con el Gobierno que, pretextando el malestar contra un alcalde, lo que desean es derribar al Gobierno o por lo menos poner de rodillas a S.E. Naturalmente que esto se hará en perjuicio de la ciudad de La Paz que debería recibir el título de “heroica” por su entereza para resistir tanto abuso y atropello.
En el altiplano, pobladores de Challapata, universitarios, y en la propia sede de Gobierno los comerciantes, ponen olor a golpe de Estado. Sólo con oír a los líderes que encabezan el descontento y ver por la televisión a las mujeres furiosas y a los hombres merodeando por los cerros sin rumbo aparente, vuelve a la retina lo que fue octubre del 2003, cuando la conspiración contra Sánchez de Lozada era un hecho y la gente se aproximaba al centro del mando para dar el mazazo definitivo. Claro que, a la inversa de hoy, los muertos de entonces empezaron a caer muy temprano. Sería hora de ver actuar al ahora muy silencioso Defensor del Pueblo.
No tenemos duda de que para mantener el orden S.E. ordenará un acuerdo con los sublevados, pero tendrá que resignar poder. Está claro que el MAS ya no es el partido de hace cinco años o diez. La concentración de la autoridad y de sus beneficios en muy pocos jefes, ha dejado a la deriva a cientos de miles de personas que creyeron en el “proceso” y que siguen miserables pese a las estadísticas gubernamentales que dicen que ya no hay analfabetos ni pobreza extrema.
A esta situación peligrosa, se agrega el gran malestar que ha causado en la ciudadanía el asunto del Tipnis, que, diga lo que diga el Gobierno, ha dejado una sensación de engaño, de fraude premeditado. Tal vez Achacachi y el Tipnis sean temas muy distintos y muy distantes, pero cuando sube la marea del descontento popular todos los problemas confluyen en uno y es ese el momento en que se ven los guapos, los que saben controlar una situación en la adversidad y no con las facilidades que dan el dinero y las prebendas.
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