Hacia una sociedad en armonía

En nuestro medio, como en otros, las personas realizan diversas actividades según roles de género, es decir tareas asignadas a hombres y mujeres mediante un proceso de socialización. En tal situación aparecen los sexos diametralmente opuestos, por naturaleza.

Los roles de género varían de una cultura a otra, de una clase social a otra, de una región a otra e incluso se definen por la pertenencia étnica.

Los roles femeninos son intrínsecamente relacionados con las actividades asociadas al cuidado y educación de las hijas e hijos, pero también a la atención del hogar en general, incluidos el aseo de la casa, la preparación de alimentos; dichas labores se reducen básicamente al ámbito doméstico y privado. Estas actividades socialmente no son reconocidas como las que se cumplen en el ámbito público. Es decir que no se asigna valor económico a las tareas femeninas realizadas en el hogar.

Diametralmente opuestos, los roles masculinos se relacionan con las actividades que tienen que ver con la producción. Básicamente se ha hecho responsable al varón del sustento económico del hogar y, por ende, sus actividades son desarrolladas en el ámbito público. Por tanto, se le reconoce prestigio social y valor económico.

Los roles de género son transmitidos de generación a generación; tanto hombres como mujeres nos apropiamos de estos roles y los volvemos naturales.

Pero la asignación de estos roles contribuye a que se tenga una imagen estereotipada de la mujer, lo que causa un impacto negativo en la calidad de vida de las mujeres, generando en muchos casos violencia de género. En consecuencia, se debe avanzar hacia una equidad de género, asignando roles igualitarios tanto a varones como a mujeres y así eliminar la dependencia y la necesidad de protección que ocasiona un trato desigual e injusto.

Sólo de esta manera lograremos una sociedad que se caracterice por su armonía.