Registro
La guerrilla que contamos, de José Luis Alcázar, Humberto Vacaflor y Juan Carlos Salazar. Plural, 280 páginas.
Durante 30 años fue uno de los secretos mejor guardados de la historia del siglo pasado hasta que en 1997 un equipo de forenses cubanos y argentinos puso fin al misterio al anunciar que los restos de Ernesto Che Guevara habían sido desenterrados de un rincón de la pista de aterrizaje del aeropuerto de Vallegrande. La certeza sobre la autenticidad de los restos duró una década y hacia 2007 un agente de la CIA, hoy retirado, ensombreció la versión al declarar que él mismo había enterrado los restos junto a los de otros dos guerrilleros. Es decir, había enterrado tres cadáveres y no siete, como los forenses dijeron haber encontrado, entre ellos el del Che.
La controversia ha vuelto a cobrar vigor con la obra de los periodistas Humberto Vacaflor, Juan Carlos Salazar y José Luis Alcázar. “La guerrilla que contamos”, construida con reminiscencias de los tres sobre la cobertura que realizaron de la campaña insurgente: Presencia, el diario de la Iglesia Católica cuya extinción a principios de siglo dejó un enorme vacío aún sentido en la vida periodística e informativa de Bolivia, y la entonces naciente Agencia de Noticias Fides.
“El Che fue enterrado en la madrugada del 11 de octubre,… la inhumación se la disputan algunos militares, incluyendo al agente de la CIA Gustavo Villoldo que revela que él fue quien dirigió la “operación entierro” en la pista de aterrizaje vallegrandina”. La cuarentena de palabras abre paso a uno de los episodios más intrigantes ocurridos con los restos del guerrillero.
Detrás del Che desde que el guerrillero salió de Cuba para perseguir sus propios planes, el cubano-norteamericano Villoldo fue un personaje destacado en la historia de la campaña de siete meses de acción en Bolivia. No es mucho lo que en el país se ha conocido sobre su participación en ese movimiento, pero medios informativos extranjeros, en especial estadounidenses, han registrado de manera recurrente declaraciones del hombre de camisa oscura y camiseta blanca que aparece sobre el lado derecho del cadáver del guerrillero. Es autor de una obra detallada sobre la odisea de los restos del comandante: “Vivo o muerto”, obra en la que Villoldo relata sus propias experiencias para llegar hasta el guerrillero, al que logra alcanzar cuando ya está muerto.
En un párrafo angular de la narración de Alcázar se lee: “El ex agente de la CIA, en diversas entrevistas y artículos escritos por él, explicó que el general Alfredo Ovando Candia ordenó el 10 de octubre (1967) al coronel (Joaquín) Zenteno Anaya que enterrara el cadáver del Che y que la operación estuviera a cargo de Villoldo. Éste contó que pidió a Zenteno una volqueta, un pequeño camión y un tractor y el personal necesario. A la 1:30 del 11 de octubre Villoldo ordenó, en el hospital del Señor de Malta, (que) se recogiera tres cadáveres: del Che, del boliviano Willy y del peruano Chino Chang. Los tres fueron depositados en el camión y partieron a la pista de aterrizaje de Vallegrande, zona colindante con el cementerio”.
Autor de la primera obra narrativa sobre la campaña guerrillera en Bolivia, Alcázar recalca que tras anotar las coordenadas del lugar donde los restos del trío de cadáveres yacerían, Villoldo contó los pasos para ubicarlos cuando fuere necesario. El entierro ocurrió poco más de una hora después. “Fueron tres cadáveres, repito: Ernesto Che Guevara, Willy Cuba y Chino Chang”, subrayó Villoldo en la cita reproducida por Alcázar.
El periodista boliviano subraya: “La insistencia del cubano de que solo excavó una tumba para tres cadáveres contradice el descubrimiento del equipo cubano-argentino de una sepultura con siete cadáveres. Además, Villoldo dijo que enterró al Che en la parte sur de la pista y al oeste del cementerio, y el equipo encontró la tumba con siete osamentas al norte del cementerio”. La pregunta que surge intrigante la presenta el propio autor: ¿Es el Che el de Santa Clara? (donde fueron enterrados los restos encontrados en el cementerio vallegrandino.)
Los capítulos de Humberto Vacaflor y Juan Carlos Salazar son anécdotas inéditas de los esfuerzos de estos periodistas por cumplir con sus medios y con el público de éstos, que vale la pena leer y conservar. Corresponden a una época en la que la calidad era una exigencia inclaudicable que partía desde las cabezas de los medios y se proyectaba con rigor sobre los reporteros de entonces.
¿Quién fue el primero en dar la primicia? Se afirma que fue el periodista estadounidense Jon Lee Anderson. Pero muchos apuntan en otra dirección y sostienen que fue hazaña de un boliviano. Ted Córdova-Claure, una de las raras firmas periodísticas bolivianas con amplio registro internacional, me aseguró que la había publicado en el periódico que dirigía en La Paz, Última Hora, pues obtuvo la noticia de la misma fuente de su colega norteamericano: un día antes.
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