Resaltar el carácter práctico y obstinado del navegante Cristóbal Colón es pertinente. Esta perseverancia y tenacidad fue notable, pues posibilitó que un marinero de Génova, de humilde extracción, se situara, con paciencia, a sí mismo y a su familia en las filas de la nobleza castellana y obtuviera a perpetuidad el título de almirante y virrey de las islas y de la tierra del océano.
Colón se negó a contentarse con sus recientes descubrimientos y decidió volver a las Antillas, para buscar, una vez más, un resquicio geográfico para descubrir Asia. Las consideraciones de lucro material y avance social no ofrecen una explicación convincente o al menos completa de sus motivos. Mueve a interrogaciones el escrito que envió a los Reyes Católicos: “Yo debo ser juzgado como capital que fue de España a conquistar hasta las Indias a gente belicosa y mucha y de costumbres y secta muy contraria, donde por voluntad divina, o puesto el Señorío del Rey o la Reyna, Nuestros Señores, otro mundo, y por donde la España que dicha pobre es la más rica” (texto original con la gramática de la época).
Colón buscó oro, esclavos y otros bienes tropicales, la razón fue su comprensión de la necesidad del comercio para financiar la colonización. Empero, siguió, en cuanto a sí mismo, muy preocupado por reunir recursos para sus viajes de exploración, que lo capacitó para descubrir la ruta de Catay. ¿Cuál era el gran objetivo que impulsaba la búsqueda de Colón? ¿Cuál fue la fuente de su tenacidad y perseverancia de propósito en años anteriores y posteriores a su descubrimiento de la ruta del Atlántico? Inequívocamente existe en las dos interrogaciones un misterio que desconcertó a sus contemporáneos y continúa asombrando a todos los que escriben sobre él; por lo tanto no hay respuestas concretas a las interrogaciones anteriores.
Su obstinación lo hizo oponerse a la opinión de los expertos de la época y arguyó, inclusive con textos de la Biblia, que el mundo era más pequeño de lo que afirmaban los cálculos de Ptolomeo, con la consecuencia de que España estaba mucho más cerca de Asia de lo que usualmente se presumía. Colón calculó la distancia entre las Islas Canarias y Cipango (Japón actual), que, según él, era de 2.400 millas náuticas, cifra enormemente alejada de la realidad, pues el cálculo actual es de 10.600 millas náuticas.
Se atrevió a enfrentarse a los geógrafos y expertos marítimos de Portugal aduciendo: ¿No había declarado el profeta Esdras que cada siete partes de la superficie del planeta estaban cubiertas de tierra? Por estas afirmaciones consideradas absurdas, los geógrafos y expertos de Portugal recomendaron al monarca que negara toda ayuda a Colón, al cual consideraban como un demencial visionario y no un gran marino.
Entonces, ¿por qué persistió en su proyecto? y, de hecho, ¿cómo logró convencer a los Reyes Católicos para que se inclinaran por su aventura? Para infortunio del lector y de los que quisiéramos saber las fuentes existentes, no arrojan una explicación clara, salvo algo excepcional por su interés histórico: el primer cronista general de las Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, planteó la posibilidad de que Colón hubiese conocido a algún piloto no nombrado, de ascendencia portuguesa o andaluza que, desviado de su curso por una tormenta , hubiese llegado a América y luego retornado a la patria, donde, en su lecho de muerte, hubiese informado de su descubrimiento a Colón.
Así, era un conocimiento previo de la existencia y del paradero general de las Indias Occidentales el que explicaba la confianza de Colón para aventurarse al otro lado del Atlántico, conocimiento que lo sostuvo con tenacidad y perseverancia en los años de desprecio en la corte. Esta teoría fue presentada con hecho reconocido por Francisco López de Cámara , el segundo gran cronista de la Indias y después fue aceptada por muchos cronistas españoles de los siglos XVI y XVII.
El lector comprobará que hay bruma para visualizar la verdad, sin embargo donde suena el río es porque…
El autor es abogado, docente, doctor honoris causa, escritor.
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