Buscando la verdad
Nunca vi tanta preocupación ante el posible impacto negativo que podía tener un huracán para sus propias vidas y las de sus familiares, como en septiembre del 2017. Vi angustia -terror en algunos- pero vi también fe, mucha fe en Dios…
Vi empatía por el dolor ajeno ante los dramas que se presentaron, pero increíblemente vi también indolencia y escarnio: mientras unos lloraban por sus deudos y pérdidas materiales, otros se preguntaban si un huracán llevaría su nombre y había quienes celebraban la ocurrencia.
Y no podía ser de otra manera, cuando eso es lo que hay en el corazón de las personas, de la abundancia del corazón habla la boca, de ese corazón que es engañoso y perverso, más que todas las cosas, como afirma la Palabra de Dios.
“Irma” fue el nombre fatal del huracán, sinónimo de desolación para millones de personas. No era para menos, siendo que a su paso sembró muerte, heridos y destrucción, pero también -y ojalá ello perdure por siempre- una gran enseñanza: la indefensión del ser humano ante una catástrofe natural.
Más allá de lo que pueda ser la causa de tal fenómeno -se ha escuchado a cada “experto” queriendo llevar agua a su molino- lo cierto es que el hombre, ese que se cree indomable, dueño de toda situación, creído de que nada le puede afectar, ese hombre y la Humanidad entera, son vulnerables a un terremoto, un tsunami o un huracán como el sufrido por varios países.
¿Qué pasará el día que un meteorito de proporciones impacte contra el planeta? A ese evento no podrán achacarle la culpa del cambio climático o endilgarle algún componente ideológico-político que lo explique. De ninguna manera, no por nada las pólizas de seguros hablan de los “actos de Dios” para calificar los que resultan inexplicables para el ser humano. ¿O es que antes de la Revolución Industrial o la agricultura comercial a los que tanto se ataca como contaminantes, no hubo terremotos, tsunamis, huracanes y no cayeron grandes meteoritos sobre la Tierra? Gente medianamente informada dirá que sí.
Más allá del enorme dolor y la colosal destrucción material que derivó el Huracán Irma -que pudo ser peor pero por la gracia de Dios no lo fue- con seguridad que algo bueno ha debido dejar este fenómeno: que el ser humano tome conciencia y se vea como lo que realmente es -que no tenga un más alto concepto de sí que el que merece- y que a la hora de la dificultad cuya solución va más allá de sus propias fuerzas, “no queda otra” que ponerse de rodillas y clamar a Dios por protección y salvación…
El autor es Economista y Magíster en Comercio Exterior.
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