Innegablemente, toda acción que amenace la vida humana es un atentado a la tranquilidad del entorno en que se vive porque está demostrado que los conflictos armados, las guerrillas, las guerras, los grandes conflictos que comprometen a muchos países son, en sus principios y resultados, acciones a cercenar la vida, a destruir todo lo que resulte blanco de las armas y, además, compromete ingentes recursos financieros que podrían servir para consolidar la paz como norma de vida en desarrollo y progreso.
Lamentablemente, la mayoría de los pueblos, dirigidos por regímenes con vocación por el armamentismo, por imponer hegemonía y con el fin de avasallar a los pueblos para esclavizarlos y someterlos a la voluntad omnímoda de tiranías o regímenes de terror, siempre están con miras a tener primacía en la tenencia de armas y, para ello, realizan pruebas de toda naturaleza complotando contra la tranquilidad de los pueblos que, indefensos, ven cómo se experimenta para matar y destruir.
Muchos de los regímenes que numerosas veces amparados en el sistema democrático apoyan el perfeccionamiento y fabricación de más armas, destinan mucho más que para obras de bien común o para realizar investigaciones para mejorar la salud de los pueblos y conseguir condiciones dignas de vida para sus naciones. Y así se ha llegado al extremo de probar, un 17 de junio de 1945, la primera bomba atómica para luego, con miras a lograr la rendición del Japón, lanzar bombas nucleares el 6 de agosto de 1945 sobre Hiroshima y tres días después, el 9 de agosto, sobre Nagasaki, dos ciudades japonesas donde perdieron la vida miles de personas y dejaron enfermas o inhabilitadas a la mayoría de la población sobreviviente.
Esas experiencias no han servido ni a los autores de tales extremos ni a los países víctimas y menos a poblaciones que muchas veces apoyan el armamentismo nuclear con miras a “imponer la paz”, cuando es el mejor medio para desencadenar más guerras y asegurar más muertes y destrucción de todo lo que sirve a la humanidad. Desde hace meses, la insanía por el poder nuclear llegó al dictador de Corea del Norte Kim Il Jong que, en franco desafío a los Estados Unidos pretende desencadenar una guerra donde, según él, destruiría a EEUU sin pensar que, a su vez, aniquilaría a su propio país y a muchas naciones del mundo porque el poder nuclear, una vez desencadenado, no paralizaría sus acciones destructivas.
En el mundo, gobernado por demócratas y amantes de la paz y por aquellos que buscan aniquilar a sus imaginarios enemigos, no se piensa en que en el momento que vive el planeta Tierra hay más de 5 mil ojivas nucleares en diversos lugares del mundo y hasta en estaciones espaciales y que tan solo un 10 por ciento de ese arsenal bastaría para destruir todo el planeta. Ciegos, soberbios, inconscientes e ignorantes parece que quieren experimentar las consecuencias de su insanía, sin darse cuenta de que no podrían verificar sus decisiones por la destrucción general del planeta.
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