En Europa, que consideramos como el ámbito geográfico de vida que constantemente acentúa su progreso, también se presentan la inercia y el conformismo en cuanto a las leyes de protección a las mujeres, ante el horroroso y degradante, para nosotros hombres, tema del abuso sexual, agresiones sexuales, violación y feminicidio, empero allí reaccionan rápidamente.
Bajo la premisa de que se debe escuchar con máxima atención cuando una mujer dice no, que significa definitivamente NO. Escuchar bien un no y aceptarlo es determinante para no ingresar en la vida de la ilicitud y la desestructuración de la propia vida, cambiándola por vivir sin libertad, es decir, recluido en un prisión. Las leyes son modificadas en Alemania, para que esta simple y contundente determinación de voluntad de la mujer, sea suficiente para condenar irremisiblemente al agresor sexual sin mayor dilación, trámite engorroso o las infaltables interpretaciones líricas sin fundamento de los malos abogados defensores. Lo expuesto es precisamente lo que debemos incorporar en nuestras leyes de protección a la mujer.
Esta modificación legislativa del país germano está lejos de aproximarse a nuestro ordenamiento jurídico, pese a que las autoridades judiciales disponen de leyes actualizadas, pero no las implementan efectivamente -para sentar el necesario precedente y arbitrar estos casos que se incrementan día a día-, con criterio jurídico moderno, en forma acelerada y con penas establecidas que no admiten sustitución, menos arreglos bajo el tapete, pues juez, defensor e involucrados van a la cárcel.
No significa NO, para disminuir al máximo en Bolivia, sino eliminar definitivamente, soñando un poco, esta tipología de delitos sexuales que marcan a las víctimas para toda la vida, por lo que también se debería considerar los daños morales con cuantiosa reparación económica. Lamentablemente los delitos contra la mujer, el ser más importante de la creación, aumentan. Las leyes adquieren vida cuando el legislador y el jurista las analizan, interpretan, derogan y abrogan constantemente, en conformidad con la evolución de las sociedades y siguiendo meticulosamente la ruta de la perfección del ilícito. Existe una falencia evidente en nuestro Poder Legislativo, en cuyo cuerpo se detecta carencias serias de formación jurídica, siendo paradójicamente este ámbito donde se originan nuestras leyes.
El abogado moderno debería conocer, con profunda lealtad a sí mismo y a su profesión, que cuando el Derecho agota sus dimensiones, es decir que el jurista sabe o domina todo sobre la ley escrita, debe imperativamente realizar la interpretación de la ley que lo ocupa, trasladándola, después del tratamiento gramático, histórico, exegético, filosófico y hasta teológico, al ámbito ontológico, que significa someter la ley que se interpreta para dilucidarla en su ser, en el espíritu del jurista y convertirla en una sola cosa espiritual, pues la mujer y el hombre fueron creados con inclinación definitiva al bien, que se enfrenta al libre albedrío, que es una facultad que no nos protege del error.
Con este ejercicio obligado de intelección, la ley en el ámbito ontológico será interpretada con ineludible consideración a esa inclinación al Bien, entonces emerge una interpretación diferente: más humana, justa, porque se ajusta al Derecho y la equidad.
El autor es abogado corporativo, doctor honoris causa, docente universitario, escritor.
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