Una historia de amistad verdadera
Cicerón, orador y pensador romano que vivió por el siglo IV antes de Cristo, cuenta que Damón y Pythias cultivaron una gran amistad y ambos fueron seguidores del filósofo Pitágoras. Tanto la amistad que había entre ambos como sus creencias filosóficas, eran algo que valía mucho más que la vida. Y esto quedó perfectamente bien demostrado en los siguientes hechos narrados por Cicerón.
Damón, un senador de Siracusa, había caído de la gracia de Dionisio, tirano de Siracusa, y fue sentenciado a muerte. El delito había sido el afirmar que ningún hombre debía ejercer poder ilimitado sobre otro, y que los tiranos cometían excesos y abusos en contra sus súbditos, y aunque Damón no mencionó el nombre del rey, éste se sintió aludido.
Eran muchos los que honraban a Damón, hombre de grandes virtudes; ahora, sólo le quedaba un amigo, Pythias con quien había cultivado una gran amistad. Conociendo el amor que Damón tenía por su familia, suplicó al tirano que le permitiera al condenado ver por última vez a su mujer y a sus hijos, antes de ser ejecutado.
Dale libertad durante cuatro horas, encadéname a mí y húndeme en su calabozo, como rehén. ¡Permite esto, sólo esto, y que los dioses hagan que tu grandeza suba hasta el cielo mismo!”. El rey rió en tono burlón y le dijo a Pythias: “Además de ser acusado como un injusto me crees estúpido, si dejo libre este hombre jamás volverá para cumplir su sentencia.
Sin embargo la petición intrigó a Dionisio. El había vivido sólo para sí: había sacrificado sus amigos y su honor, en los altares de la ambición de poderío. Para él, la amistad era la escalera de la ambición, donde el que sube siempre lleva la cabeza vuelta hacia arriba; no bien puede sobrepasar a todos los que quedan abajo, se burla de ellos, los mismos que con su sostén lo ayudaron a subir.
La petición fue concedida y Pythias se convirtió en rehén. Dionisio, seguía sin comprender este noble gesto de confianza y amistad. Siguiendo sus órdenes, la bella Calanta se introdujo al calabozo donde Pythias llevaba las cadenas de Damón y pidió al fiel amigo que rompiera su promesa y huyera con ella hacia donde no hubiera peligro, Pythias rehusó: ¡había empeñado su palabra y el honor le era más caro que su vida! Esta negativa, intrigó más aún al tirano.
El tiempo pasaba rápidamente. La hora de la ejecución se aproximaba. Damón no había regresado y el rehén fue llevado al patíbulo para sufrir en su lugar. Tu tiempo se acabó, se mofó el monarca, de nada servirá que pidas piedad. Fuiste un necio en confiar en la promesa de tu compañero. ¿De veras creíste que tu amigo volvería para ser ejecutado? Confiado en el honor de Damón y en la palabra empeñada; orgulloso de su amistad. Pythias rogó a los dioses que impidieran el regreso de Damón, y en respuesta a las mofas del tirano, proclamó la fidelidad y la lealtad de su amigo. El rey no pudo menos que admirar la extrema confianza de su prisionero. En el último momento, cuando el hacha del verdugo se había elevado en el aire, se vio en la distancia un jinete que galopaba con la velocidad del viento. ¡Era Damón! ¡Estaba llegando para cumplir con su promesa y salvar a su amigo!
Ambos se abrazaron con inmenso afecto, el senador estaba bastante fatigado por el viaje, parece que los hados conspiraban contra nosotros, tuve algunas dificultades, pero logré llegar a tiempo y estoy dispuesto a cumplir mi sentencia de muerte.
Dionisio miró asombrado la escena, y sus ojos y su endurecido corazón se abrieron, jamás había visto tanto desprendimiento, un rasgo hermoso de fe y lealtad entre ambos amigos, y dijo: cuán equivocado estaba, y es justo que Damón sea recompensado con la libertad. Pero a cambio permítanme ser amigo de ustedes.
Estos héroes vivieron muchos años más y seguirán viviendo mientras la amistad habite en el corazón de los hombres. ¡Debemos conservar siempre en el corazón la bonita historia de Damón y Pythias, para que, cuando llegue la hora de cruzar el río que nos separa de lo desconocido, nuestras manos estén llenas de caridad, comprensión y tolerancia, las llaves de oro que abren los palacios de lo Eterno!
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