Para quienes no estamos acostumbrados a los embates de la naturaleza como un huracán o un terremoto, estos eventos nos resultan extraños y nos causan una especial sensación de temor muy distinto a los que sufrimos en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, incluso para los que viven en lugares donde es frecuente la incidencia de estos fenómenos, existe miedo e incertidumbre, que si bien es un estado de ánimo, para los seres humanos debería ser muy importante, en lo que atañe a su comportamiento, particularmente en el terreno económico.
En efecto, en la economía da lugar a comportamientos generalmente muy negativos, puesto que retrae la inversión, reprime el riesgo para realizar algún tipo de emprendimiento, llegando inclusive a niveles críticos, como ocurrió en Bolivia después de 1952 y, peor aún, más adelante con los acostumbrados procesos de nacionalización, al punto que ahora se quiere castigar, con fines netamente políticos, a quienes se les ocurrió privatizar la economía cuando las empresas públicas ya eran económicamente insostenibles. De esta manera, los actores económicos y sociales prefieren apostar, en el campo económico, a la sombra del Estado, ante el temor de ser expropiados o abusados por el poder político.
Volviendo a la naturaleza, los fenómenos como los terremotos o huracanes si bien ocurren desde todos los tiempos, ahora se están presentando con un mayor grado de su intensidad y magnitud, como es el caso del huracán Irma que pasó por el Caribe mostrando una dimensión y ferocidad que no se había visto desde hace mucho tiempo en el océano Atlántico. Es así que tan pronto el huracán Irma estuvo llegando a las costas de Florida, todavía estaba presente en las costas de Cuba, manteniendo una categoría máxima durante bastante tiempo, lo que no es habitual en este tipo de fenómenos.
Por ventura, los huracanes pueden ser vistos con mucha anticipación y, en alguna medida, es previsible su ruta, por lo que las personas pueden tomar sus previsiones, protegiendo sus casas o trasladándose a lugares más lejanos, dejando atrás pertenencias y recuerdos del pasado e inclusive mascotas, lo que emocionalmente es más preocupante, por lo que no siempre es posible lograr una desconexión del todo, ni uno puede apartarse verdaderamente de este fenómeno.
Esa fue la noche del viernes 9, el día que tenía que retornar a La Paz, luego de visitar a mi hija y nieta respectivamente, quienes se encuentran viviendo en la isla en cumplimiento de obligaciones laborales y académicas que, obviamente, me retuvieron por más tiempo del previsto, aparte de que no las podía, ni quería dejarlas solas en estas circunstancias tan especiales.
La larga espera del huracán ya había llegado a su fin, de manera que sus principales efectos se hicieron sentir el día en que estaba previsto, mostrando su furia a través de fuertes vientos (240 Km por hora) que empezaron a romper ramas, para luego tumbar árboles durante toda la noche. Por ventura, existen amigos cuya solidaridad y cariño nos permitió recibir los primeros efectos huracanados con mucha tranquilidad y agrado.
La gran incertidumbre era el fuerte oleaje que produce un fenómeno de esta naturaleza, lo que puede dar lugar a inundaciones y destrozos que produce el agua junto a la sal cuando penetra a los equipos y muebles, al margen de que las personas también se pueden ahogar o electrocutar, ya que caen los cables eléctricos constituyéndose en una trampa mortal, como lamentablemente ha sido para algunas personas que desafortunadamente en esta ocasión perdieron la vida.
El mar cuando arrecia el temporal y, en este caso, cuando se perturba extremadamente levantándose irreverentemente varios metros de altura, no solo golpea fuertemente las paredes naturales (arrecifes) y aquellas que hizo el hombre para evitar que ingresen a su casa, básicamente provoca una gran incertidumbre por la amenaza de inundación y destrucción que éste produce.
Ciertamente, este fenómeno no pudo ser evitado, ya que las olas simplemente inundaron varios metros las calles y parques, especialmente en la parte de la ciudad donde habitan los más pobres o quienes tradicionalmente vivieron en lo se que llama “La Habana vieja”, donde se conserva la historia guardando todos sus secretos.
De este modo, la ciudad quedó a oscuras y en silencio, donde la población actuó con absoluta responsabilidad y sin temor alguno ya que tiene una organización barrial que data desde tiempos inmemorables, esta vez para cohesionarse entre los vecinos, protegerse y vencer el trance por la que pasó toda la isla sin luz y abastecimiento suficiente. Solo se tenía lo que podía provenir del vecindario, que está históricamente organizado y es muy solidario.
La siguiente noche pasó en absoluto silencio, ya que la brisa se apaciguó y el mar empezó a calmarse, en búsqueda de sus corrientes naturales. El mar ya se había reciclado suficientemente y oxigenado por un buen tiempo, aun cuando todavía quedan dos meses más donde puede seguir ejerciendo sus ritos huracanados, para lo cual es necesario aguas más calientes que son su principal y abundante combustible para seguir habitando en estos mares, donde existe una diversidad poblacional interesante, historia, muchos héroes y también villanos de diferente estirpe.
La calma que siguió a la tormenta duró suficientemente para que, tan pronto como salieran los primeros rayos de sol, toda la población se volcara a las calles a limpiar los destrozos, cortar los árboles caídos, recoger las ramas, basura y escombros para que la ciudad pueda volver a brillar. Con fuertes afectaciones en sus casas, sin agua ni luz por varios días, los ánimos se mantuvieron fuertes, manteniendo la energía necesaria para seguir viviendo, cooperando en la reconstrucción de las ciudades víctimas de los fenómenos naturales. Son pueblos que bailan y compiten con la naturaleza, sincretizando la música de sus ancestros, transmitiendo con ritmo propio sus alegrías y frustraciones.
El Ing. Com. Flavio Machicado Saravia es Miembro de Número de la Academia Boliviana de Ciencias Económicas.
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