Desde el primer contacto de Cristóbal Colón con la población de lo que él consideraba una isla de Asia, pero en verdad era un Nuevo Continente, los reyes católicos ordenaron evangelizar cuanto antes a los indígenas y no usar la violencia con ellos. Frente al hambriento afán por el oro de los conquistadores, desde la Corte de los reyes católicos se preocuparon repetidas veces porque aquellos nuevos territorios fueran una prolongación de Castilla en ultramar, y no unas colonias a las que explotar hasta la última gota.