[Armando Mariaca]

¡Ay políticos! En lugar de unirse están más dispersos y divididos


En la historia de las naciones, gobiernos y políticos han dejado muchas experiencias que son enseñanzas que se adquieren con los hechos, acontecimientos y la misma práctica de vivir que puede definirse como probar o examinar las virtudes y perspectivas de los acontecimientos y también sus falencias, yerros y contradicciones que causaron daño a los pueblos que, pueden definirse como si se hubiesen cumplido en ese pasado con los deberes y obligaciones inherentes a la vida del pueblo.

En Democracia, condición que actualmente tenemos en el país como sistema de gobierno y medio de vida, es justo pensar que se cumplen o deben acatarse principios básicos que, especialmente el gobierno, los partidos políticos y sus componentes, deben entender y hacer conciencia de ellos: el derecho del pueblo a un decoroso nivel de vida contando con una práctica de la verdad, teniendo acceso a la educación, la salud y la cultura; cumplir efectivamente con los derechos que tienen las familias en base a debidos ingresos económicos, vivienda y bienes que hacen al bien familiar; respetar la propiedad privada con la debida protección de las autoridades; cumplir con los derechos de libre asociación y reuniones; servir a todos los ciudadanos bajo principios de respetar su libertad para que tengan acceso a la vida pública y, sobre todo, a la equidad, la ecuanimidad y la justicia, siendo fundamental tener debidamente informado al pueblo sobre lo que hacen el gobierno y los partidos políticos.

Es importante que la política partidista tome conciencia de que en la vida del pueblo y mucho más en el comportamiento de quienes se atribuyen condiciones y facultades de dirigirlo, se tenga apego y se practique como fundamentos de vida a la verdad, la justicia, el amor y la libertad cumpliendo con respetar los derechos ajenos, respetar y apoyar los sentimientos religiosos como bases espirituales de la moral; cumplir todo ello con las debidas virtudes de honradez, honestidad y responsabilidad.

Para muchas organizaciones político-partidistas, lo indicado tiene validez absoluta y su cumplimiento debería ser normal; pero, sea en el poder o en el llano, la soberbia, la petulancia, el engreimiento de creer que se es más que los demás, hace que se conculquen hasta los principios más elementales de vida y de ahí se deriva a utilizar al país y al pueblo en beneficio partidario, personal o de intereses creados y las experiencias vividas en el país son múltiples sin que haya la necesaria conciencia para reconocer y enmendar lo mal hecho.

Hoy, a once años de múltiples experiencias vividas y expandidas por el gobierno y su partido, encontramos que todo lo malo del pasado se ha repetido y hasta empeorado excesivamente por las políticas del “dejar hacer y dejar pasar” en que la conciencia, la verdad, la profunda y cierta libertad de expresión del pueblo no son válidas o, si lo son, es parcialmente y conforme a conveniencias sectarias. Nada de esto, de este extenso terreno de experiencias, han aprendido nuestros partidos políticos y sus integrantes porque viven obnubilados con lo que creen ser; cada uno en su terreno y conforme a quienes los rodean en medio de áulicos que les hacen creer que son los únicos, los que podrán salvar al país de todo lo malo que padece y que, está visto y hasta apoyado por una oposición desunida, desarticulada, creída y petulante que, en sus miras al año 2019, se piensa que en sus filas está la salvación porque ellos, como políticos, están muy lejanos de la mayor virtud que el hombre debería practicar: humildad, condición que les haga ver realidades, decisiones e intenciones claras y terminantes como las del partido MAS para continuar indefinidamente en el poder pese a lo que dispone la Constitución y haya decidido el pueblo en el Referendum del 21 de febrero de 2016.

La política partidista, la que busca dirigir al país, la que condena hoy la corrupción y la falta de gestión en la administración y eficiencia, debería convenir en que los procesos revolucionarios son inservibles porque el país no necesita de revoluciones sino de un desarrollo y crecimiento acordes con el bien común, con la libertad, la democracia y la justicia. Debe entenderse que practicar la violencia, así sea sólo verbal, no acarrea nada, porque ella jamás hizo otra cosa que destruir, nunca edificar. Es preciso darle a la política partidista un sentido más humano, puesto que este sentido requiere como fundamento la verdad; como medida, la justicia; como fuerza impulsora, la caridad; como norma, la humildad; y, como hábito normal y general en la vida de todos, la libertad.

Luego de esta especie de reflexiones, acuciado por las experiencias vividas y leídas, cabría preguntar: ¿Es sin unidad, con posiciones dispersas, criterios casi siempre antagónicos, divididos con petulancias, soberbias y convicciones de que cada uno de nuestros políticos es “garantía de triunfo para el 2019”, que se piensa derrotar a quienes buscan prorrogarse en el gobierno? Tal vez sea mejor, ahora, reproducir lo que el novelista vasco Pío Baroja expresó sobre los políticos de su país que el tiempo y las experiencias hizo extensivo a todo el mundo: “La verdad es que en España, hay siete clases de políticos… sí, como los siete pecados capitales, a saber: los que no saben; los que no quieren saber; los que odian el saber; los que sufren por no saber; los que aparentan que saben; los que triunfan sin saber; y los que viven gracias a que los demás no saben. Éstos últimos se llaman a sí mismos “políticos” y a veces hasta “intelectuales”. Miguel de Unamuno y Benito Pérez Galdós aplaudieron a Pío Baroja… Sobre todo por el último punto”.

O sea que, ayer como hoy, y hoy como ayer, los políticos siempre han sido cerebros que se han aprovechado de la confianza e ingenuidad de un porcentaje alto de personas. Por supuesto, como en todo, en relación a muchos de nuestros políticos, hay excepciones y algunas, notables. Ojalá que lo expresado por Pío Baroja se destierre de la vida de nuestra política partidista y, en unidad, se retomen los caminos que la patria espera; de otro modo, divididos y dispersos, nadie puede saber a dónde llegaremos.

 
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