Autoritarismo y antiautoritarismo

La izquierda latinoamericana se va disipando de a poco, se diría que está próximo a su ocaso. La historia se encargará de absolver o condenar sus actos. Aplaudirá sus logros y criticará sus errores.

Uno de sus más altos exponentes pasó a mejor vida y su sucesor no tiene carisma ni inteligencia para regir los destinos de la nación petrolera. Otros ex dignatarios de Estado caminan con la sospecha de la corrupción sobre las espaldas. Y no faltó quien dio un paso al costado, abdicando a su repostulación, en la carrera presidencial.

En 2007 la izquierda representaba poder y fuerza política inalcanzable en Latinoamérica. Había logrado imponerse en el Cono Sur, con excepción de Colombia, Perú, Paraguay y las Guyanas. A diez años de entonces, su presencia se limita a Bolivia, Chile, Ecuador, Uruguay y Venezuela. Por lo visto ha perdido peso y decisión. Venezuela languidece hoy bajo la férula del autoritarismo de izquierda, que inventa historias y distorsiona la realidad, a fin de perpetuarse en el Poder.

“Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder”, reiteró el Libertador Simón Bolívar (1).

Glosando tales palabras llegamos a la conclusión de que las reelecciones, en una genuina democracia o seudo democracia, son prácticas políticas que tienden al autoritarismo, cruel e insensible ante el dolor y el hambre del ciudadano común.

El afán de aferrarse al gobierno ha causado el desencuentro de gobernantes y gobernados, así como convulsión social y tensión política, en desmedro de la tranquilidad que siempre fue productiva. Hambre, enfermedad y muerte prematura son resultado de la obstinación de quienes se consideran insustituibles.

El pueblo latinoamericano, el venezolano en particular, ha enriquecido las páginas de la historia, asumiendo actitudes contrarias al exceso y la arbitrariedad autoritarias. En ese propósito fecundaron con su sangre la simiente de la libertad y del pluralismo político. Sin temor a la persecución, al ostracismo ni a la muerte, en un gesto propio del anti-autoritarismo.

“La autoridad política reside en el pueblo, siendo el gobierno un mero agente de su voluntad”, afirmó, a propósito, Cicerón (2).

El autoritarismo y el anti-autoritarismo encarnan el mal y el bien, en el mundo de la actividad política. Son dos discursos irreconciliables que generan controversia. Son dos visiones políticas que dividen y confrontan.

En suma: el anti-autoritarismo, sinónimo de libertad y respeto a la dignidad humana, tiende a desplazar al autoritarismo, en Latinoamérica. Esta realidad se impone acelerando el cambio histórico.

(1).- “Bolívar: Hombre de las Américas”. Pág. 4.

(2).- César Barrós Hurtado: “Hacia una Democracia Orgánica”. Editorial Impulso, Argentina, 1943, Pág. 25.