Como ha ocurrido siempre, la Iglesia Católica ha pedido que cese la violencia en los sitios en que prácticamente se llevan a cabo grandes enfrentamientos, como es el caso de las guerras y confrontaciones civiles que cobran muchas vidas y dejan como saldo doloroso para todos una infinidad de heridos y, por supuesto, destrucción de bienes que sirven al ser humano.
El Papa Francisco, en su visita a Colombia, ha reiterado que el hombre no puede vivir en permanente confrontación y que los gobiernos, conjuntamente las partes en discordia, deben encontrar los mejores caminos para el logro de la paz. Ha reiterado el Sumo Pontífice que la paz se construye con vocación y valores y que las guerras no deben ser medios para armonizar la vida entre los hombres.
Por su parte, la Conferencia Episcopal Boliviana en reiterados mensajes ha pedido que tanto el gobierno como las partes en conflicto con él, busquen permanentemente los medios para el diálogo, para convenir y encarar soluciones a los diversos problemas planteados. El conflicto de Achacachi ha servido para que los obispos envíen mensajes de concordia y armonía, haciendo hincapié en que la división tiene que desaparecer y que el diálogo franco y honesto debe ser parte de los acuerdos. En reiteradas oportunidades ha pedido que las autoridades atiendan debida y prontamente los problemas planteados por diversos grupos sociales haciendo uso de cordialidad y que, conjuntamente ellas, conjugue soluciones.
La verdad es que desde hace mucho tiempo el país vive pendiente del estallido de conflictos protagonizados por quienes tienen planteamientos que, se dice, deben solucionar las autoridades de gobierno, quienes a su vez dejan que sean las partes las que allanen las dificultades.
Las experiencias vividas en los últimos cinco años muestran que nunca las políticas del “dejar hacer y dejar pasar” que practica el gobierno pueden ser caminos de concordia. Es que el dejar hacer es convenir en que no importen las confrontaciones, porque con ese “dejar pasar” no hay avenencias posibles en situaciones largamente confrontadas y que piden la intervención de las autoridades, ya que entre las partes en discordia no es posible conciliación alguna.
Es común la reiteración, tanto por parte del gobierno, especialmente de autoridades que no están radicalizadas con compromisos ideológicos, basados en extremas posiciones extremas, como por parte de dirigentes sociales que esperan remedios basados en caprichos y posiciones radicalizadas, que lo que se solucione sea conforme a su posición y criterio, sin que valgan intereses o conveniencias de las partes. En ambos casos se hace mención a su “condición religiosa”, pero cuando priman los caprichos no hay “voluntad de fe” para encontrar o convenir remedios y menos se encuentra capacidad negociadora en las autoridades, hecho que complota contra toda buena intención.
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