Las desgracias naturales causadas por una especie de reacción de la naturaleza, obligan a la humanidad a examinar su conducta, haciendo abstracción de su soberbia para contrariar todo lo que creó Dios y perfeccionó la misma naturaleza en bien del ser humano; porque conforme pasaron los siglos de vida en el planeta, se han perfeccionado en muchos sentidos con la adquisición de conocimientos de toda naturaleza capaces de elevar las condiciones del hombre y que sirvan para su bienestar, crecimiento y avance de las civilizaciones; pero, es el mismo hombre de todas las generaciones que ha complotado contra lo dispuesto por el Creador y contra lo que él mismo, como ser humano, había logrado.
En el decir y sentir de muchos gobernantes del mundo y en todos los tiempos, primó una especie de norma o principio: “El hombre es amo del universo y puede dominarlo” o también: “El hombre domina a la naturaleza para alcanzar sus mayores objetivos”. En su soberbia y petulancia, el hombre siempre se creyó capaz de alcanzar los mayores progresos y altitudes científicas y tecnológicas con miras a superar los males que ha sufrido a través de los siglos; pero, casi indefectiblemente, tuvo la reacción de la naturaleza que se creyó fue dominada, vencida y puesta de rodillas al servicio humano porque esa naturaleza que es prácticamente el gran bien creado por Dios y hasta se puede decir la única reconocida a esa obra que la creó, tuvo sus reacciones y contraposiciones al sentir y obrar del ser humano.
La naturaleza, generadora de cuatro elementos, como son fuego, agua, aire y tierra, fuente inagotable de vida, no fue dominada por el hombre pero sí utilizada en su favor y como medio de progreso: la tierra, despensa y proveedora de alimentos y simiente de existencia de todo ser viviente; el aire, poseedor y generador de energía y, sobre todo, medio que preserva la salud y la vida; el fuego, con sus múltiples usos que hacen satisfactoria y productiva a la civilización y, finalmente, el agua, elemento que es dador de vida en ríos, montañas, océanos, tierras de diversos usos y utilidades que hacen la existencia de todos. Son bienes que sirven a la humanidad y que han contribuido eficazmente para alcanzar alturas que el ser humano por sí mismo jamás podría alcanzar; son bienes inmensurables, inacabables y que se hacen fuerza y vida, bienes que se usa y cuyo abuso determina consecuencias jamás entendidas ni sopesadas por el ser humano que, soberbio, cree ser el único poseedor de poderes absolutos que, en la realidad, son relativos, pequeños y superables en todo sentido por la acción de cualquiera de esos elementos.
La naturaleza, sin proponérselo y como simple consecuencia de lo que el hombre hace con ella, se presenta con sus propias medidas y consecuencias: terremotos, maremotos, tsunamis, erupción de volcanes, incendios, tornados con previas tormentas y fenómenos incomprensibles. Muchas veces, el ser humano se pregunta: ¿Qué haría si no tuviese a su disposición los cuatro elementos que la naturaleza le muestra como medios de vida, como sistemas de perfeccionamiento de todo lo alcanzado por la ciencia y la tecnología desarrolladas? ¿Cuánto podría alcanzar la humanidad si utilizara debida, consciente y responsablemente esos elementos? ¿Cuánto bien como energía, calor, frío y vida implican los rayos solares? ¿Cuánta energía proporcionan los aires que surcan sin medida ni fronteras todo el globo terráqueo? Esos aires que combinados con los rayos solares muestran los beneficios del calor y del mismo frío, pero que poco aprecia y valora el ser humano sin reconocer que son elementos razón de ser de la misma naturaleza puesta bajo la responsabilidad del mismo.
Jamás habría la capacidad suficiente para medir los beneficios y males que puedan acarrear los elementos de la naturaleza que, en sus consecuencias contrarias al bien se las sufre con pérdida de millones de vidas, heridos que muchas veces quedan inhabilitados, destrucción de bienes y progresos alcanzados por la inventiva, ciencia y tecnología humanas; desarrollo, continuidad y culminación de conflictos armados entre países que buscan tener supremacía sobre los demás, pero cuyos dirigentes no reconocen que lo que poseen es otorgado por Dios mediante la misma naturaleza que proporciona los medios para alcanzar formas y sistemas para el desarrollo de los conflictos que cercenan la vida y el progreso.
Cuando se sufren las consecuencias de desastres naturales, correspondería tomar conciencia de ellos y de lo que podrían ser si el hombre no cambia, no cuida lo más preciado, no conserva las obras del Creador y que el hombre mismo alcanzó altitudes increíbles en el adelanto científico por el desarrollo de la inteligencia humana. Catalogar, identificar, medir, juzgar y comprender a la naturaleza se hace labor imposible porque es un mundo tan infinito como lo es el universo mismo; tal vez, por ello mismo, se abusa de esos bienes y se busca dominarlos para conseguir hegemonía de unos sobre otros, avasallar naciones para esclavizar a sus valores humanos. La soberbia y petulancia de quienes poseen poderes relativos y no saben utilizarlos honesta, honrada y responsablemente.
Los últimos embates de la naturaleza sufridos por México, EEUU, Cuba, Chile, Haití, República Dominicana, Puerto Rico, Japón, Filipinas, India y otros han enlutado al mundo que siente como propias sus angustias y dolores; por todo ello, surge la pregunta: ¿Qué haríamos en situaciones semejantes? Valorar y entender a la naturaleza es prevenir lo que pudiese ocurrir en cualquier momento.
Sólo queda la esperanza de que el ser humano aprenda a valorar lo que tiene en la naturaleza y, agradecido por los bienes recibidos y casi nunca debidamente usados, encuentre los medios y conductas para utilizarlos sabiamente reconociendo la infinitud de grandezas y beneficios que posee la naturaleza que merece amor y respeto.
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