Severo Cruz Selaez
Los intolerantes con las ideas han proliferado en dictadura y también en democracia, recuperada, en algunos casos, con fuertes dosis de sangre, particularmente en América Latina. La historia es patética al respecto.
En consecuencia: los intolerantes que no creían en las ideas sino en los hechos; que no pensaban sino actuaban por instinto; que no veían más allá de sus narices y no tenían proyecciones históricas, aún levantan cabeza, como resabios de tiempos ignominiosos, pese a que el mundo ha registrado grandes y novedosos cambios. Ellos han sido los enemigos más recalcitrantes de las ideas.
La intolerancia, asumida por éstos con el subterfugio de que las ideas conspiraban contra el sistema democrático, no hizo otra cosa que restringir la libertad de pensamiento, posiblemente porque veía en aquellas el peligro para sus aviesos afanes.
La confrontación de ideas en un Estado de Derecho y en consonancia con el pluralismo político, fue la manifestación inequívoca de un sistema de libertades vigente en la mayoría de los países latinoamericanos. Obviamente que en algunos se impone la intolerancia, provocando resquicios de enemistad, suspicacia y animadversión. E inclusive con numerosos muertos y heridos.
De ahí que aquel sistema conlleva amplitud, tolerancia y confianza. Representa la fuente generadora de ideas para construir un mundo mejor. Pero no lo entienden de esa manera los intolerantes, empeñados en cuidar sus intereses y satisfacer sus apetitos personales o de grupo. En este marco han sometido, incluso, a ración de hambre, a sus semejantes.
“Cuando las ideas comienzan a tener significado político más definido, los grupos evolucionan en igual sentido. De la destreza de las armas se pasa a la destreza de las ideas, apareciendo hombres que se destacan en la esgrima del pensamiento”, escribe César Barros Hurtado (1).
Una situación de esta naturaleza reviste trascendencia en un proceso donde no se limita o censura las concepciones políticas. Donde están dadas las condiciones objetivas y subjetivas y haya respeto al adversario coyuntural. Y el respeto, fundamentalmente, a la dignidad humana.
El pueblo latinoamericano, heroico como siempre, requiere ideas e ideales, para liberarse de la pobreza, de la enfermedad y de la muerte prematura. Ideas e ideales que traduzcan el clamor popular que exige paz, equidad y justicia social, de cara al futuro.
Algunos líderes se han movilizado guiados por un ideal, al servicio de sus congéneres. Otros han ofrendado la vida por él en el llano o en el Poder. Muchos, enarbolando las banderas de un ideal, sobrellevaron el ostracismo o perecieron en las mazmorras.
Las ideas se han constituido como siempre en la síntesis del pensamiento político, regional y mundial, adquiriendo señales de transformación. Y como tales se han dispersado fecundado la fértil tierra de los pueblos latinoamericanos.
Que ideas e ideales cambien el mal por el bien en el mundo.
(1) César Barrós Hurtado: “Hacia una democracia orgánica”, Editorial Impulso - Argentina, 1943, pág. 24.
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