En la década de 1960 y procedente de Irupana (Sud Yungas), llegó al colegio de Chulumani un adolescente de nombre Eduardo Velarde Rodríguez. En la institución educativa que en esos años llevaba el nombre de “Agustín Aspiazu”, estudió Humanidades hasta el cuarto de secundaria porque en esa época, en el colegio no funcionaban los últimos cursos para obtener el bachillerato por falta de alumnos, maestros y local apropiado.
En ese ambiente estudiantil conocimos al joven Velarde y con él compartimos días, semanas y años en la capital sudyungueña que por entonces era una apacible población con pocos habitantes, sin emisoras locales, televisión ni comunicación telefónica, sólo algunos camiones para los viajes a La Paz y sin los excesos fiesteros ni alcohólicos de hoy.
En el transcurso de esos años y cuando los estudiantes nos reuníamos en la plaza principal, cada uno de ellos expresaba sus anhelos en cuanto a la búsqueda de futuras profesiones. Y cuando Eduardo Velarde hablaba, sus esperanzas estaban orientadas hacia estudios en alguna institución militar. “Yo quiero ser subteniente y con el tiempo ascender a grados superiores”, decía muy seguro de sí mismo.
La mayoría de los estudiantes de esa época viajamos a La Paz para lograr el bachillerato y esa actividad ocasionó una dispersión lógica y con el paso del tiempo, cada uno buscó su destino.
ÑANCAHUAZÚ
Ya en la ciudad de La Paz y después de algunos años, tuvimos un encuentro callejero con Velarde que ostentaba el uniforme del Ejército de Bolivia, porque ya había egresado del Colegio Militar “Gualberto Villarroel” y fue entonces que nos dijo y no olvidamos: “Ya tengo grado y mi próximo destino es a la zona de las guerrillas”. Eran días del mes de marzo de 1967 en que fue anunciada públicamente la presencia de guerrilleros cubanos en la zona de Ñancahuazú.
SU MUERTE
En los primeros días o semanas de enfrentamientos armados, varios soldados y oficiales bolivianos encontraron la muerte. Y fue en una de sus emboscadas donde Eduardo Velarde recibió varios disparos de armas de fuego y murió instantáneamente. En el Museo de Historia Militar de la plaza Murillo existe una amplia fotografía en la que se observa al joven militar irupaneño ya sin vida y levantado su cuerpo por un soldado de nombre Antonio Zapata.
Así terminaron las aspiraciones del joven subteniente yungueño a quien después de cincuenta años de su muerte, solamente lo recuerdan sus familiares; y en su tierra natal, Irupana, casi nadie conoce esta amarga historia de uno de sus hijos que murió defendiendo su institución y su patria.
Sirvan estas líneas como un modesto homenaje al amigo declarado como Héroe Nacional mediante una Resolución del Comando en Jefe de las FFAA en septiembre del año 1995.
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