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A unos 15 minutos de la plaza central de Santa Cruz, se levanta un mural de seis metros de ancho por cuatro de alto construido con sigilo en los últimos meses. Podría no llamar la atención, pues se encuentra en un barrio tranquilo de poco tránsito, pero apenas uno ingresa a la plaza Litoral, detrás del estadio Tahuichi Aguilera, percibe una larga lista de nombres y emblemas que cubren la parte frontal del monumento y el curso de un río que atraviesan soldados con la divisa nacional. Gran parte del plano posterior está cubierto por los nombres de cientos de combatientes que sirvieron durante la gesta representada en el mural.
Los sobrevivientes, amigos y parientes costearon la construcción con aportes modestos el valor de decenas de placas de bronce. Es el tributo perenne de los soldados bolivianos a la memoria de sus compañeros caídos durante la guerrilla de Ñancahuazú hace 50 años y de quienes fueron enrolados para el combate. Entre ellos lucen los nombres de los 54 que murieron atacados o en combate durante los siete meses de campaña. Su costo ha sido unos 10.000 dólares. La obra corresponde al pintor e historiador cruceño Carlos Cibrián.
En Vallegrande, cerca de donde se libró el combate final con la insurgencia que capitaneaba Che Guevara, la jornada tiene este domingo un programa denso y de significado opuesto. Cuenta con la participación asegurada de cientos de invitados, algunos venidos desde plazas lejanas y gran parte de sus gastos cubiertos con fondos del Estado. Altas autoridades nacionales son parte de actos conmemorativos para rendir su propio tributo al comandante de esa guerrilla y por rebote menospreciar a quienes la ganaron.
Algunos excombatientes dijeron que se los había invitado a ir a esa ciudad también con todos los gastos pagos, además de un viático especial y que habían declinado con disgusto. Se proponían sí asistir al acto inaugural de Santa Cruz este domingo.
Nunca fueron tan patentes las grietas en la sociedad boliviana, manifiestas bajo el gobierno del presidente Evo Morales a propósito de ese episodio, que marcó con fuego la vida del país en la segunda mitad del siglo pasado.
Legisladores del gobierno descolgaron desde los balcones de la Brigada Parlamentaria Cruceña, en la plaza principal de Santa Cruz, el diseño con el rostro más conocido del guerrillero argentino-cubano. Por un par de días los dos cuadros reinaron solitarios en ese lugar, pero pronto otro más grande, pero menos sólido fue colocado entre ambos y les hizo compañía con un mensaje opuesto, en homenaje a los bolivianos caídos que en las ceremonias oficiales de Vallegrande eran ignorados. Quienes pasaban por el lugar observaban con callada sorpresa el antagonismo expresado por los mensajes, prueba del empeño del gobierno para homenajear al comandante de los vencidos y de la tenacidad de cruceños anónimos de homenajear a los vencedores.
El mural levantado en la plazuela Litoral del Barrio Militar estaba listo para ser descubierto al público hace tres días y muy pocos reparaban en su significado, salvo la frase del Himno Nacional destacada en la cúspide de la obra: “Loor eterno a los bravos guerreros”.
El perfil gigante del mural, aún cubierto, se destacaba estas noches bajo la luna, que ha estado en la misma posición clara y brillante de los días finales de la guerrilla hace 50 años. Su luz ayudaba a las operaciones del ejército y obligaba a los sobrevivientes a mantenerse cubiertos. Cuando en la madrugada se ocultó, los cinco sobrevivientes del combate final aprovecharon la oscuridad para escapar del cerco militar y emprender una fuga espectacular hacia el oeste y llegar a la frontera con Chile, donde fueron rescatados.
A partir de ahí se desencadenó una ofensiva de las izquierdas para reivindicar al guerrillero argentino-cubano y convertir su derrota incuestionable en una palanca propagandística indispensable.
El mural que se inaugura hoy es el primero a medio siglo de la caída de Ernesto Guevara. Es también el primer homenaje público masivo bajo el gobierno del presidente Morales, quien en cuanto tuvo oportunidad exhibió simpatías y adhesión al comandante argentino-cubano.
Hace varios años las autoridades militares instruyeron a las unidades a conmemorar la victoria con sigilo y dentro de sus cuarteles. “Tuvimos que conmemorar a escondidas y en voz baja”, me dijo entonces el general Gary Prado Salmón. La instrucción buscaba no contrariar a Cuba, pero eso puede haber provocado una contrariedad mucho mayor en las filas militares, en especial entre los oficiales que participaron en el combate a la guerrilla, sobre la que el ejército tuvo una victoria decisiva, la única en el Siglo Veinte.
Algunos historiadores creen que con los años, el fervor del grito “patria o muerte” empieza a ceder por representar una contradicción patente con el gesto final del comandante guerrillero y su exclamación: “No disparen, soy el Che”.
El recuerdo orgulloso de la victoria se patentiza todos los años en esta fecha cuando beneméritos y ex combatientes la conmemoran con una misa en la Catedral. Por lo general todos llegan sigilosos y vuelven de la misma manera a sus domicilios en o fuera de Santa Cruz. Ninguna autoridad suele asistir.
Prado Salmón, cuyo nombre personifica esa victoria, es uno de los bolivianos más conocidos dentro y fuera de Bolivia. Un estudiante, sobre todo si es extranjero, podrá ignorar los nombres de los últimos 10 presidentes de Bolivia, pero con certeza no ignorará el nombre de Prado Salmón. El gobierno del presidente Morales acusa al general de pretender dividir al país, bajo cuya bandera luchó y venció hace 50 años para dos décadas después ser declarado Héroe Nacional por el Congreso, el único con esa distinción en más de medio siglo.
La historia de la jornada de hace 50 años la ha contado en un libro, “La Guerrilla Inmolada”. Hace pocas semanas entró en circulación la cuarta edición desde 1987. Las entrevistas y conferencias que ha tenido pueden con facilidad contarse en miles.
Es probable que la ceremonia de este domingo sea la última en la que hable de la campaña en la que triunfó. “Son 50 años que vengo contando la misma historia”, me dijo. “Ya no más. Me cansé. No concedo más entrevistas sobre esta historia”. Era miércoles y acababa de colgar el teléfono y declinar una invitación para asistir a un programa de televisión.
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