“Entre estas tres repúblicas -Chile, Perú y Bolivia - hay una considerable extensión de costa plana, que se conservó desierta por falta de lluvias y vegetación, pero muy rica en nitratos y depósitos de guano, fertilizantes los dos de las tierras agotadas por la agricultura”.
“Los chilenos, más emprendedores que sus vecinos, contando con capital inglés, se dedicaron a la explotación de esos productos, no solamente en su jurisdicción sino en la boliviana que reconocían”, escribe, en “Historia de la América Latina”, hace aproximadamente un siglo, Enrique Santibáñez (1).
Él fue un meritorio docente de Historia Universal en la Escuela Preparatoria de la ciudad de México, miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y , como también, de la Academia Mexicana de la Historia.
Persona versada, cuando subraya “en la (jurisdicción o costa) boliviana que reconocían” los chilenos, ratifica, categóricamente, que el territorio nacional se extendía hasta esos confines del Pacífico. Pero que Bolivia fue despojada, en 1879 de ese territorio y de su mar territorial.
No es el momento para recriminarnos entre bolivianos y chilenos. Ni para intercambiar “cumplidos”. Es decir, en términos poco diplomáticos, acusaciones. Tampoco para asumir actitudes triunfalistas, sino para con humildad construir puentes del reencuentro, sobre sólidas columnas de entendimiento y tolerancia. El tiempo del encono, del insulto y de la confrontación debe disiparse, posibilitando la paz bilateral y por ende regional.
El momento se presta para la reflexión y el desarme espiritual. Ello a fin de avizorar el futuro exento de problemas y recuperar la convivencia sin conflictos. Con la esperanza de que las heridas sean borradas en definitiva. Pues buscando tiempos nuevos.
La historia es una cosa y la realidad otra. La historia relata que “quinientos soldados chilenos” (2) incursionaron en territorio boliviano en 1879. Y la realidad conmina, ahora más que nunca, a abordar la mesa del diálogo, para resolver las controversias. De este criterio deben partir los gobiernos con sede en La Paz y Santiago. Hace falta el acercamiento diplomático.
Se debiera hacer conciencia, a estas alturas de la historia, de los actos, positivos y negativos, asumidos en el pasado y presente. Prestar oídos, asimismo, a las propuestas reconciliadoras, por el bien común. Negociar algún acuerdo histórico, bilateral, sin poner en riesgo la soberanía ni las fronteras, tanto de Bolivia como de Chile. Pensar, finalmente, en las acciones a tomarse en el tema del restablecimiento de relaciones diplomáticas a nivel de embajadores.
Entonces habremos avanzado hacia la solución negociada del conflicto que se arrastra desde el Siglo XIX. Esto es lo que falta hacer por ahora y hacerlo de manera urgente. No deberíamos perder el tiempo. Que las puertas del Palacio Quemado de La Paz y de la Moneda de Santiago se abran, de par en par, para acoger esas intenciones, Y se requiere, por ahora, apaciguar ánimos.
En suma: nuevos tiempos surgirán pronto, de cara a los desafíos del Siglo XXI, del reencuentro boliviano - chileno.
(1).- Enrique Santibáñez: “Historia de la América Latina”. D. Appleton y Compañía, Nueva York – Londres, 1918, pág. 236.
(2).- Ídem, pág. 237.
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