Teodoro Salluco Sirpa
En la segunda década del Siglo XX, la renuncia del Dr. Georges Rouma causó una gran sorpresa en uno de los funcionarios públicos de la política liberal, ya que él al percatarse de la noticia, preocupado expresó que el mencionado pedagogo belga reformó la educación escolar de acuerdo con la realidad regional y del país. En ese contexto, la renuncia no sería aceptable porque implicaría anular toda la obra educacional que vino desarrollando hace más de cinco años el señalado educador extranjero en Bolivia.
Según los periódicos de la época, los gobiernos liberales dieron un papel muy importante al sistema educativo nacional, ya que de ella dependía establecer transformaciones profundas en el país. Con esa lógica, los liberales a través del Ministerio de Educación plantearon una educación de calidad y manejo racional de fondos económicos, para los cuales establecieron tres mecanismos: a) formación de una comisión de estudio, representada por una persona de alta trayectoria patriótica, quien debía hacer una gira por Europa y Norte América para estudiar y observar la instrucción que recibían los educandos en esos lugares, y luego aplicar lo aprendido, en nuestro país; b) enviar becados a los mejores estudiantes al extranjero; c) selección del docente y su remuneración por horas de trabajo.
Así los liberales tuvieron una visión amplia de cómo y con qué objetivos consolidar varios centros de formación estudiantil y docente en el territorio Nacional. En esa línea, encomendaron al Dr. Rouma como pedagogo reformador de Instrucción General.
El mencionado pedagogo fue contratado en Bélgica por el gobierno de Montes en 1909. Rouma inmediatamente se desempeñó como director en la Escuela Normal de Sucre fundada en el mismo año. A fines de 1911 fue comisionado por el gobierno, hizo una gira pedagógica al interior del país, dando conferencias y elaborando nuevos programas de instrucción primaria, y luego en 1912, por sus méritos llegó a ocupar el cargo de Director General de Instrucción. Estando en esa cartera, elaboró un programa de instrucción significativamente renovado en sus métodos y técnicas, basado en una enseñanza pragmática, realista e intuitiva, con fuertes valores de patriotismo, optimismo, vocación, etc.
En otras palabras, al educando se le inculcó una enseñanza que sea útil para su vida, una que prepare al sujeto desde su infancia a resolver los problemas de su medio y condición.
Bajo estas características pedagógicas, de estricto cumplimento por el docente y alumnado, se desarrolló el sistema educativo impulsado por el Dr. Rouma, el cual condujo a obtener dos respuestas contrarias. Por un lado, el mencionado pedagogo, en muchos casos, ganó méritos, aplausos y reconocimientos no solo de la población letrada, sino también de los mismos presidentes de la República; pero, por el otro, se rodeó de un grupo sectario de enemigos, compuesto de docentes incompetentes, aquellos que no estarían de acuerdo con la exigencia del Ministerio de Instrucción. Esta agrupación contraria, al saber que Rouma presentó una nota de renuncia al Poder Ejecutivo, manifestando que se retiraría a fines de diciembre de 1917, dijo “victoria” y algunos pedagogos “criollos” se sintieron satisfechos en su vanidad expresando lo siguiente: “¡Rouma se va!, nace la esperanza de escalar las altas cumbres, sin más méritos”. Esta fue una afirmación sorprendente de algunos sectores y docentes de esa época, que aprovechaban la coyuntura política de los primeros años del periodo republicano.
Entonces, el mencionado pedagogo belga renunció por la presión de grupos de docentes llamados “criollos” y la prensa clerical, quienes al recoger ideas nacionalistas del Partido Republicano, recurrieron al pretexto de “nacionalización del profesorado”. Este argumento significó automáticamente expulsar o cambiar a los pedagogos extranjeros con los nacionales en el Ministerio de Instrucción y en los centros educativos urbanos.
Esta decisión de docentes y la prensa clerical en torno a la renuncia del Dr. Rouma y su equipo ministerial, según opinión de un funcionario liberal no fue una posición correcta por los siguientes razones: en primer lugar, sería absurdo destruir toda la obra educacional que se venía desarrollando hace más de cinco años y que aún no estaba sólidamente cimentada; segundo, se pretendía nombrar casualmente personal sin méritos en el Ministerio General de Instrucción, y por último, se quería legalizar la aceptación de la incompetencia docente.
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