Parece pretensioso el título, mas estamos prontos a llamar así al esfuerzo de sus impulsores, que están alcanzando tal nominación con toda propiedad. ¡Albricias! Añádase a esto el concurso de los cantantes con la brillantez de las hermanas Renjel y Alejandra Wayar y de Huáskar Plaza y Aldo Paz. ¿No tenemos ya preparada la Ópera? Y a este conjunto falta agregar el Gran Teatro, seguramente lo prioritario, lo más esencial, sin el cual todo empeño resulta incompleto. Es como tener los más deliciosos aderezos y no se tiene el plato para degustarlos.
Llegamos al anochecer del viernes 6 de octubre, de esos viajes profanos a los que estamos obligados, por mundanos menesteres y todavía con la valija del periplo ingresamos al templo de San Miguel, cuando terminaba el octavo número del concierto; pero los tres últimos números del programa nos dieron la pauta del valor de todo el contenido de la audición, en homenaje a Mozart.
Era Non piú andrai de Le Nozze di Figaro, que cantaba Huáscar Plaza cuando ingresé al sacro escenario, seguida de Porgi amor, interpretada por la melodiosa voz de Daniela Renjel, que con su clara voz cautivó al auditorio para cantar con Susana Renjel la Canzoneta sul aria de la misma comedia; y el final de A dov‘e e il pérfido de Don Giovanni que entonaron los cantantes, con Aldo Paz incluido.
El aplauso del público fue frenético, haciendo regresar a los divos varias veces, tantas que tuvieron que obsequiar un número adicional.
Wolfgang Amadeus Mozart compuso 21 óperas, las más conocidas: Idomeneo, Re di Creta, El Rapto en el serrallo, Le Nozze di Figaro, Don Giovanni, Cosi fan tutte y La Flauta Mágica con una nueva concepción operística en la que, a diferencia de otras interpretaciones, Mozart volcó sus ideales sobre la amistad, la sabiduría y la verdad, contrariamente a que se trata de atribuirle simbolismo masónico o un tema de cuento de hadas. Los expertos señalan que Mozart se distingue por su enfoque sinfónico, es decir que por encima de cualquier forma prevalece la concepción orquestal acompañando, sin embargo en todo momento a la voz.
No se exagera si colocamos a las tres cantantes en una categoría de virtuosismo, ya que al escucharlas nos elevamos a una esfera etérea, a la que nos empujan con el arrobamiento que despiertan espíritus serenos plenos de armonías.
Que sirva esta columna para insistir a las autoridades sobre que se empeñen en dotar a esta ciudad de un Teatro de la Ópera, sin el cual no es pertinente llamarla con el título de Ciudad Maravilla.
Si el municipio o el Gobierno carecen de recursos económicos para construir tal Teatro -aunque estamos viendo que no se escatima éstos para gastarlos superfluamente, como en los homenajes indebidos al guerrillero Che Guevara, por citar un caso-, hay formas para buscar financiamiento para hacer realidad el Gran Teatro, quizá se debe conformar un Comité autárquico que aborde tal emprendimiento, que debe hacerse cuanto antes.
Esta nueva entrega de la Orquesta Boliviana de Ópera, dirigida con maestría por Andrés Fernández Alípaz, nos muestra que solo falta un empujón para que esta Ciudad Maravilla cuente con un elenco estable de ópera que introduzca al culto público de La Paz, al deleite de ese mundo mágico de la ópera.
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