Desde octubre de 1982 Bolivia vive bajo regímenes relativamente democráticos. Lo que sigue fallando es la modernización de los partidos políticos. Como en muchas esferas de la actividad humana, la modernización política en buena parte del Tercer Mundo se ha restringido a lo llamativo y superficial, a los aspectos legal-institucionales y la dotación de equipos técnicos. La utilización de computadoras y teléfonos celulares no significa que los usuarios hayan dejado de lado sus antiguos hábitos y designios. Sus viejas mañas y triquiñuelas han variado poco en el curso de los siglos. Los rasgos más visibles de la modernización política son la invasión de las técnicas de mercadeo y relaciones públicas, el surgimiento de los llamados operadores y la ideología del pragmatismo. Ello concuerda lamentablemente con los anhelos más profundos (e irrenunciables) de los miembros “normales” de los partidos: el ascenso social y la consecución de una rápida fortuna.
Este proceso conduce a que los auténticos líderes históricos o los creadores intelectuales sean desplazados de las posiciones dirigentes, las que son ocupadas por personas hábiles en cuestiones de corto plazo y sin muchas consideraciones éticas. Los operadores, por definición, son expertos en relaciones públicas, técnicos sin adscripciones ideológicas; trabajan -como casi todos los expertos- al servicio del mejor postor. Es un empleo temporal, que uno puede abandonar ante una oferta mejor. Las destrezas específicas de los operadores residen en campos delimitados: los juegos estratégicos, las negociaciones, la obtención y consolidación de espacios de poder, las maniobras (que pueden ser de una gran complejidad), las intrigas, elaborar algunas ideas de moda (muy simples, por supuesto) para las campañas electorales, ganar colaboradores eficientes y baratos, conseguir fondos discrecionales y tejer una red de contactos con las organizaciones internacionales, los empresarios, los medios masivos de comunicación y, obviamente, con los otros partidos.
Dos campos de la actividad humana son básicamente ajenos a los operadores: el ámbito de la ética y el mundo de la ciencia y la cultura. Los partidarios de los juegos estratégicos y de la astucia irrestricta olvidan una dimensión fundamental de la política. Francis Bacon, el gran pensador y estadista inglés, anotó hace cuatrocientos años que hay una diferencia importante entre el saber intelectual y las picardías de la política cotidiana: el operador puede moverse muy bien en los entresijos del poder mediante una estrategia instrumental, pero no comprende el conjunto social ni puede percibir los fenómenos que van allende lo muy conocido. Los operadores, por más ingeniosos que sean, no pueden brindar el componente ético, la vocación de servicio a la comunidad, las visiones de futuro, los planes de largo plazo, la constelación sostenida por la confianza y la dignidad y la modestia que acompaña a la verdadera grandeza.
Un ejemplo paradigmático de todo esto es el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el partido más antiguo del país, en el que se puede examinar claramente las limitaciones de los operadores. Los otros partidos, en el fondo, lo han imitado en muchos aspectos. El MNR combatió sañudamente a las antiguas “roscas” (grupos sociales y empresariales muy reducidos, privilegiados y excluyentes), pero a partir de 1952 y sobre todo de 1985 sobresalió por la creación de roscas de iguales o peores características. Estos grupos privilegiados del MNR no estuvieron conformados por los militantes idealistas, sino por los operadores venidos tardíamente de afuera, a quienes el programa, la moral y el destino del país les era indiferente. En todos los tiempos de los operadores emana una atmósfera conservadora y convencional: el goce de los beneficios adquiridos sería menoscabado por reformas serias o por alteraciones bruscas de la esfera política. Y, sobre todo, su posición y sus privilegios serían puestos en cuestionamiento si la opinión pública recibe una poderosa inyección de ética, lo que es muy improbable.
Desde muy temprano el MNR y sus operadores no fueron acosados por el aguijón de la duda acerca de su actuación gubernamental. Siempre tenían razón en el momento de emitir un juicio o realizar una actuación. Los operadores no cambian sus hábitos porque desconocen el moderno principio de la crítica y el auto-análisis. El MNR jamás se distanció de sus acciones más “heroicas”: los asesinatos de Chuspipata (1944) y los campos de concentración de Curahuara de Carangas y Coro-Coro (1953-1956). Obviamente que nunca se disculparon ante la opinión pública por estos crímenes. Estos espíritus acomodaticios pensaron que las grandes reformas de 1952/1953 fueron tan indispensables como necesaria fue su abolición a partir de 1985. Los pragmáticos del MNR creyeron que no participar en la dictadura derechista de Hugo Banzer a partir de 1971 hubiera sido un craso error, y a partir de 1985 supusieron que había que ser neoliberal a ultranza. En todos los otros partidos de la historia política boliviana la situación es básicamente la misma.
Nadie duda de la importancia de los operadores, pero no hay que sobrevalorar su modesto aporte a la modernización de los partidos.
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