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[Heberto Arduz]

En el centenario de Violeta Parra


A los nueve años se inició en la guitarra y el canto. A los doce compuso sus primeras canciones. Profesor de música, su progenitor, y su madre, de origen campesino, guitarrera y cantautora; dos vertientes que confluyen en la formación musical de Violeta. Trabajó posteriormente en bares, circos, quintas, salas de barrio y se ausentó a lugares remotos a recopilar música folklórica, cuando en su país casi nadie se interesaba por esta labor.

Para decir en pocas palabras, Violeta a lo largo de su vida fue pintora, escultora, bordadora, compositora y cantautora, en un amplio abanico dedicado al arte en sus diversas manifestaciones. Jamás cedió ni un milímetro en su afanoso quehacer.

Nicanor Parra, poeta y hermano de Violeta, refiriéndose a las situaciones de pobreza y discriminación que ella tuvo que afrontar durante su existencia, escribió: “Tu dolor es un círculo infinito/ Que no comienza ni termina nunca/ Pero tú te sobrepones a todo/ Viola admirable”.

El hijo de la compositora, llamado Angel Parra, publicó el libro Violeta se fue a los cielos, relatando episodios que de niño le tocó vivir junto a su madre. No obstante -según refiere- ella anduvo de viaje en viaje, de pueblo en pueblo, a resolver trabajos que se impuso. Lamentablemente -y esto le resta seriedad- el autor de la obra expresa que no puede responder de la autenticidad de sus recuerdos de infancia.

A tiempo de ayudar en el parto a una vecina y amiga, Violeta se inició formalmente en el tema de las composiciones de índole musical. El nombrado hijo sostiene: “Con el nacimiento de esa niña, esa noche vino al mundo, la inmensa compositora Violeta Parra, abriendo las compuertas de su talento, al servicio del pueblo”.

Durante un viaje a París recibió la noticia de la muerte de su hija Rosita Clara, momento en el que escribió Versos para la niña muerta. La letra de esta canción -al igual que aquella otra del parto de una niña- no tiene ribetes medianamente aceptables en cuanto a redacción y calidad. Pero luego, tras desempeñar un trabajo intenso y con vocación artística durante varios años, habría de imponerse el talento, que únicamente se forja en la entrega diaria.

El verdadero lauro consagratorio en su encendido ánimo, proyectado a la cultura, constituyó la exposición de sus cuadros en el Museo el Louvre, recinto que al abrirle las puertas testimonió la plural valía de la artista chilena ante el mundo. Junto a esta actividad surgió con fuerza el tono y letra de sus canciones: Gracias a la vida, Volver a los diecisiete, Paloma ausente, en fin, expresiones logradas musicalmente y que tocan la sensibilidad popular en el más alto sentido de amor, fraternidad y paz.

Un paralelo de la vida y obra de Violeta Parra se encuentra en Alfredo Domínguez Romero, el tupiceño que murió cuando aún pudo brindar más de su laborioso quehacer. Ambos, la chilena y el boliviano, de orígenes muy humildes, sumidos en la pobreza del hogar paterno, dada su condición de compositores y cantantes tuvieron que realizar actividades varias para solventar sus necesidades; así como vivieron momentos de consagración en Europa y les fue dada la oportunidad de conocerse y compartir en la famosa Galería y Peña Naira de la plaza San Francisco de la ciudad de La Paz, que ella frecuentó en compañía de su enamorado Gilbert Favre.

Se afirma que Alfredo no se animaba a cantar por considerar que no tenía buena voz, pero ella lo convenció en el entendido de que para la música popular no se requiere de mayores condiciones aparte de expresar un mensaje social. A estas alturas es preciso señalar una anécdota muy simpática de Violeta, debido a que cuando sonaba el timbre del teléfono en el mencionado local, ella respondía: “Mar para Bolivia” en lugar del acostumbrado aló.

El mes de octubre del año que ya desmadejó el segundo semestre, se conmemora el centenario del nacimiento de esta polifacética artista que nunca morirá, por cuanto vive en el corazón de la gente latinoamericana. Sus bellas composiciones rebasaron fronteras.

Para cerrar este trabajo, una puntualización: Hace 37 años falleció Alfredo Domínguez a sus 42 años de edad, jugando fútbol en Ginebra junto a sus hijos, bajo el proyectil de las vinchucas, como dijera Coco Manto, ya que adolecía del mal de chagas; en tanto Violeta Parra el 5 de febrero de 1967 se suicidó empuñando una pistola. Fue su vida un tormento que cesó con el estampido. Dios los tenga en su gloria.

 
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