Día de gloria para La Paz

En un día como hoy ha sido fundada la ciudad de La Paz en 1548 por el capitán español Alonso de Mendoza. Cumplió de esta manera el mandato del presidente de la Audiencia de Lima, Pedro de la Gasca, para perpetuar la pacificación del Perú.

De la Gasca, español de nacimiento (1493-1567), fue el consejero del Tribunal de la Inquisición y se lo invistió como pacificador del Perú en 1545 por el rey Carlos V. Aparte de cumplir esa misión, ordenó al capitán Alonso de Mendoza fundar una ciudad en tierras del Alto Perú.

Con ello, quería proteger el comercio que había entre las ciudades de Arequipa, Cusco, La Plata y Potosí. Para lo cual, necesitaba de una ciudad que sirviera de puente entre estas poblaciones.

Inicialmente se escogió Laja, por entonces una pequeña población indígena. Para la fundación de la ciudad acompañaron a Mendoza 42 españoles. Sin embargo, luego de conocer un poco más ese espacio, llegaron a la conclusión de que no se prestaba para ser una ciudad.

Tres días después, los españoles se dirigieron hacia un apacible valle, ubicado en una hondonada, en la cual serpenteaba un río de aguas cristalinas y como guardián se alzaba en el horizonte el majestuoso nevado Illimani.

El valle era llamado por los indígenas Chuquiago Marka (sembradío de papas). En el momento de la fundación mandaban en el valle los caciques Uturuncu y Quirquincha.

Las tierras repartidas entre los españoles se obtuvieron apropiándose de las que poseían los mencionados caciques. De comienzo se delimitó el ámbito de la plaza Mayor, en un lugar que los indígenas llamaban Churupampa, que era un lugar donde habían caracoles.

Al centro de ella y en ceremonia solemne se levantó una elevada picota, como símbolo de la “justicia real”. En la designación de las primeras autoridades de la nueva ciudad, el capitán Mendoza fue nombrado Corregidor y Justicia Mayor. Se nombraron, asimismo, dos alcaldes, cinco regidores un alguacil mayor y un escribano.

El emperador Carlos V otorgó a la ciudad un escudo de armas que llevaba la siguiente leyenda: “Los discordes en concordia, en paz y amor se juntaron y pueblo de paz fundaron para perpetua memoria”.

Un 20 de octubre de 1548 ha sido fundada la “Ciudad de Nuestra Señora de La Paz” por el capitán Alonso de Mendoza, en cuya memoria se tiene erigido un monumento en la plaza que lleva su nombre.

En ese tiempo, este espacio era un pequeño poblado, que en la actualidad viene a ser el centro de La Paz, se caracteriza por ser el más antiguo y el primer en crecer como ciudad. Como villorio que era, seguranmente no abarcaba ni 50 hectáreas.

La ciudad de La Paz de hoy se extiende en 13.398 km cuadrados, en realidad es reducida para el crecimiento que ha tenido en las últimas décadas, pero a cambio de ello tiene como atractivos de excepcional al Illimani y a los cerros que la circundan, algunos de los cuales, especialmente en la zona Sur, tienen atractivos colores.

Aparte del espacio geográfico, La Paz tiene una población de mucha calidez emocional, de manera que cualquier extraño se siente en un lugar que le concede emociones y simpatías. Y a los que la toman como el lugar de su hogar, se sienten muy pronto como si fuera el propio, pues todos los que vienen de visita o para asentarse como uno más de sus habitantes, jamás sentirán discriminación. Por el contrario, encontrarán siempre la disposición de su gente para colaborarla y hacerla sentir como una compatriota más.

Ciertamente tiene un factor que no es muy hospitalario, es la altura en la que se halla respecto al nivel del mar. Es de 3.600 metros de diferencia, pero es cuestión de sentir algún malestar por unos días, luego se vence la diferencia y se está en condiciones de constituirse en uno más de sus habitantes.

Por lo demás, vivir en La Paz es algo excepcional, no es igual de lo que se siente en una ciudad plana, en la que no se halla alguna diferencia en su entorno. En tanto, en esta “Ciudad Maravilla”, como la bautizó un organismo internacional en los últimos años, es como tener cerca de todo, pues las montañas que la rodean parecen darle un límite y tener a sus pies como algo propio, y a su visita un espectáculo de excepción con los cerros de distinta altura, formato y color.