La deuda externa, un mal que padece el país conjuntamente las naciones del Cuarto y Tercer Mundo, es preocupante por el hecho de que los gobiernos no encuentran los medios para contenerla y ante cualquier necesidad o urgencia recurren a préstamos que, más temprano que tarde, resultarán serias cargas para sus pueblos.
Ante la acumulación de déficits, por las condiciones de pobreza, subdesarrollo y dependencia, aumentar la deuda externa en Bolivia ha sido un recurso, el “arma noble” para encarar los problemas. En muchos casos se ha recurrido a ella para el pago de obligaciones de fin de año del sector público; en otros casos, “se abrió un agujero para cubrir otro”, con el simple hecho de contraer nuevos créditos. Estas actitudes irresponsables han determinado varios problemas insalvables para los gobiernos: en primer término, incremento de la deuda que hipoteca al país por mayor tiempo; en segundo lugar, la no inversión de ese capital en fuentes rentables y productivas que generen riqueza y creen empleo; en tercer lugar, aumentar la costumbre de “recurrir al préstamo” hasta para las mínimas soluciones y, en cuarto lugar, la aceleración de la dependencia y mantener expectativas sobre entidades financieras que esperan siempre a Bolivia para otorgarle préstamos con altos intereses y largos plazos, que si no se cumple con las cuotas fijadas, se convierten en capital esos intereses y comisiones. Estas realidades son, para la economía de los países pobres, difíciles de enfrentar.
Hay ofertas de préstamos en organismos internacionales que son a largo plazo y con bajos intereses, sin pago de comisiones a autoridades y personas, que son parte de la corrupción que, en pobreza o riqueza, siempre se hace patente. Hoy, sobre cada habitante boliviano hay cargados, más o menos, 900 dólares que hasta finales de la presente gestión alcanzarán mayores cifras.
En vez de aumentar la deuda externa tan solo para cubrir necesidades del gobierno, lo que se tendría que hacer es disponer que ellas sean para inversión en cuestiones rentables y que determinen creación de riqueza y generación de empleo. La deuda externa no debe ser “pozo sin fondo” para cubrir ineficiencias y, en muchos casos, solamente para atender obligaciones ya vencidas o, peor, para utilizar recursos económicos destinados a solventar viajes y gastos faraónicos, como los que se hizo en los últimos años.
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