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[Ramiro H. Loza]

Líderes forjados a la sombra de la guerra


I

Las valientes acciones de Germán Busch contra el enemigo en la Guerra del Chaco, le valieron de hecho ser incorporado al Estado Mayor en campaña junto a sus superiores Enrique Peñaranda, Hugo Ballivián, Ángel Rodríguez y al inefable Cnl. David Toro, verdadero desiderátum estratégico, pero harto errático. Se diría más político que militar, sacó buenos réditos futuros de la fama de Busch por sus hazañas bélicas. Lo insólito del cuadro que ofrecía Samahuate, sede del Comando, era la presencia de civiles, mal disimulados aspirantes a gobernar. Entre ellos Carlos Montenegro, el “Fiero” como le llamaban íntimamente, Augusto Céspedes, el “Chueco”, Enrique Baldivieso -que fuera vicepresidente de cuatro gobiernos- , Gabriel Gosálvez, candidato perdidoso de la elección de 1950.

Esta presencia delata un agudo olfato político y de cálculo. La guerra había erigido a los militares como el verdadero poder. Ese hecho y sus perspectivas de predominio de pos guerra fueron percibidas a cabalidad por tan sorprendentes huéspedes, los que lucían vestimenta civil -inclusive con corbata- cual se aprecia en las fotografías tomadas en Samahuate, testimonio de la fraternidad reinante.

La preponderancia castrense subestimaba, desechaba e ignoraba las disposiciones tácticas -por así llamarlas- del presidente Daniel Salamanca, pugna que pronto derivaría en el tristemente célebre “corralito” de Villamontes, deprimente derrocamiento en noviembre de 1934. Busch había oficiado de brazo ejecutor del acto, quien cuenta además los derrocamientos de los presidentes José Luis Tejada Sorzano y David Toro -su entrañable camarada de armas- para hacerse cargo personalmente de la posta presidencial. Los gestores de estas aventuras no daban la cara, pero insuflaban en sus interlocutores uniformados la sustitución de la clase gobernante tradicional. No obstante Montenegro y Toro habían desempeñado ministerios en el gobierno de Hernando Siles.

De Toro, sucesor de Tejada Sorzano en el poder, una de sus primeras disposiciones fue encumbrar al joven Busch como Jefe de Estado Mayor. Qué mejor que un hombre de su confianza le cuide las espaldas y, en términos generales, prevenga la eclosión por rendición de cuentas que exigía la civilidad por el mal manejo bélico de la contienda, demanda a la que no era ajena la propia Legión de Ex Combatientes del Chaco, con sus no despreciables cien mil miembros. Asimismo, generaba descontento la supeditación a un Teniente Coronel en el Estado Mayor, donde abundaban los generales.

Carlos Montenegro instaló una oficina de obvio asesoramiento político junto al despacho del flamante Jefe de Estado Mayor, desde donde manipulaba los hilos que movían a voluntad la política. Tal la huelga general de la Federación Obrera de Trabajadores que precipitó la caída del sucesor constitucional de Salamanca. Desde entonces surgen las llamadas “minorías eficaces”, que mantienen en zozobra permanente a la comunidad nacional con sus dudosas demandas “justas” y son capaces de “poner en brete” a los gobiernos supuestamente más estables. Podría decirse que en los tiempos pos bélicos el Ejército estaba instrumentado como partido político.

Toro imbuido por sus aliados políticos –incluido Bautista Saavedra- prometió el “socialismo militar” y bajo ese título dictó un Decreto Supremo de sindicalización obligatoria de todos los trabajadores y, por asociación, llamó a su gobierno “nacional sindicalista”. Esto que podía parecer novedoso y hechura de los devaneos del Partido Socialista de Montenegro y Baldivieso era copia del Estado Nacional-Sindicalista de la España de aquellos años, tomada de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, partido liderado por Onésimo Redondo y Ramiro Ledezma Ramos, aliado de la Falange Española. He ahí la originalidad de los llamados por alguien “intelectuales”. Con tales matices fue designado Waldo Álvarez como primer Ministro de Trabajo, dirigente sindical linotipista.

Toro no tardó en deshacerse de los políticos de la autodenominada Revolución de Mayo y, al mismo tiempo, persuadir a Montenegro -de alguna manera incómodo para una gestión de pretendido equilibrio- a desempeñarse de Secretario de la Delegación Boliviana para la Paz del Chaco, en Buenos Aires, cargo diplomático al fin, pero bajo la dependencia de David Alvéstegui y Tomás Manuel Elío, conspicuos conservadores. El revolucionario se inclinó por la diplomacia, permaneciendo hasta pasada la firma de la paz con el Paraguay el 21 de julio de 1938, epílogo rubricado por Germán Busch. Montenegro es autor del clásico Nacionalismo y Coloniaje y no se conoce de él otras obras. Posteriormente, junto a Víctor Paz Estenssoro, fundó el MNR.

Dionisio Foianini y otros fueron gestores de YPFB, para lo cual contaban con Busch. Éste convenció a Toro para hacer realidad el proyecto, previa declaratoria de caducidad de las concesiones a la Standard Oil Motor of Bolivia, por defraudación. Según Porfirio Díaz Machicao fue una medida más que patriótica, dictada para neutralizar a la opinión pública que se mostraba adversa al Gobierno. El presidente no dudó en clausurar EL DIARIO el 17 de junio de 1937. El eclipse definitivo de su Gobierno sobrevino el 13 de julio del mismo año, cuando Busch y el mayor Elías Belmonte Pabón le conminaron su renuncia, luego que una asamblea de jefes y oficiales concordara en ello.

 
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