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Los caminos del yo

Alfonso Echávarri Goricho

El dolor forma parte de la vida. Es condición humana experimentar el sufrimiento en cualquiera de sus presentaciones. Y parte del aprendizaje de la vida es poder transitarla y aprender de los momentos difíciles del camino para encontrar la madurez y la realización personal.

Si descuidamos nuestro aspecto físico, las consecuencias no tardan en llegar, por lo que hemos tomado conciencia de que invertir en nuestro cuidado físico es invertir en salud. Pero cuando hablamos de la salud mental, parece que el cuidado que merece nuestro sistema emocional solo tiene que ser atendido cuando algo ya no funciona.

En muchas ocasiones la vida de cada uno de nosotros nos pone en situación de dar una respuesta ante situaciones complicadas y dolorosas. Es ahí cuando el ser humano puede recorrer un continuo entre la madurez y la desesperación. Será esa respuesta la que determine el destino final del ser humano individual ante la adversidad.

Dolor, extrema soledad y vacío. Esto lo recoge Viktor E. Frankl, médico que se inclinó por la psiquiatría y la neurología, quien experimentó el horror en campos de concentración y logró sobrevivir. Su experiencia individual del dolor y del sin sentido más extremo de la locura humana, posibilitó que viviese lo que después plasmó en su trabajo relacionado con la terapia. De ahí surgió una nueva concepción del ser humano que sufre y de su relación con la enfermedad hacia la búsqueda del sentido: lo que se conoce como Logoterapia.

¿Dónde está el sentido en la muerte de un hijo, en una enfermedad grave o en un campo de concentración? Descubrir el sentido del sufrimiento cuesta. El ser humano tiene la capacidad de otorgar un sentido a lo que le duele. En el sentido están las oportunidades resilientes, es decir, que ante el sufrimiento inevitable podemos, además de soportar una situación dolorosa, crecer como personas.

Frankl habla de posibilidades de elección. Muchas experiencias no podemos decidir si las queremos o no, pero sí podemos elegir cómo responder ante ellas. Con posibilidades de realización o con desesperación.

Muchas personas basan su existencia en el hacer y en el tener. Así, se mueven a lo largo de dos extremos, el éxito y el fracaso, y depositan su percepción de felicidad en la consecución de los objetivos relacionados con ese hacer y tener. Bajo este prisma tan simple, nuestro entramado psicológico puede tomar descanso con excesiva facilidad, ya que reduce al ser humano a la faceta de hacer dejando fuera lo que no se pueda contabilizar. Y aquí está el engaño y la tragedia.

Pero Frankl introduce una nueva dimensión, que posibilita a la persona moverse en otros parámetros. Con esta nueva dimensión aparecen nuevas opciones ante las diferentes situaciones que puede experimentar el ser humano durante su existencia, a través de cuatro cuadrantes.

El cuadrante I es el más lógico, si alcanzas el éxito, las probabilidades de realización son mayores. Pero no siempre ocurre así, como lo indica el cuadrante IV. Hay personas que aún tocadas por el éxito acaban en la desesperación. El cuadrante III propone que ante la experiencia del fracaso prosigue la tendencia a la desesperación. El cuadrante II señala que ante la vivencia del fracaso, la persona puede alcanzar estados de realización personal y de madurez, estados alejados de la desesperación.

La historia de la humanidad está repleta de personas individuales que confirman la existencia de este cuadrante. Hay muchos casos de hombres y mujeres que atraviesan el tercer cuadrante. Aquellos con un toque especial, con habilidades especiales de escucha, de empatía, de entrega, de alegría y ganas de vivir.

Por lo tanto uno de los elementos de tránsito bien hacia la madurez y realización, o hacia la desesperación, es la búsqueda y el encuentro del sentido al sufrimiento. Y para ello, habrá algunas ocasiones en las que sea necesaria una figura externa de ayuda profesional, pero hay que aceptar que lo humano no siempre es patológico.

Me refiero a que tal vez hemos cambiado el paso, y que lo normal es estar triste cuando una relación afectiva termina o sentir ansiedad frente a un examen. Pero esto no es patológico y no sería deseable que lo tratásemos como tal, porque de lo contrario estaríamos debilitando nuestra tolerancia frente a la adversidad.

Aceptar es tener claro que hay cosas que no dependen de mí, pero ocurren y debo preguntarme cómo hacer con ello lo mejor. Aquí, el contacto en lo profundo con otros seres humanos dispuestos a la acogida, es la mejor medicina.

El autor es psicólogo, Teléfono de la Esperanza.

ccs@solidarios.org.es

 
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