El reciente suceso protagonizado por un productor de películas, el judeo-norteamericano Weinstein, es un reflejo inequívoco de una realidad insoslayable e inminente en el tiempo. Ingresar en calidad de artista en el difícil y corrupto ámbito de la cinematografía norteamericana es una ilusión y ambición legitimas de innumerables mujeres bonitas y no bonitas, diletantes por cierto, que las expone a una verdadera y cruel decisión existencial, de autorrealización y cimentación de su vida económica futura, objetivo ansiado que exige como contraprestación insólita ceder ante las insinuaciones y presiones sexuales de los productores, que deciden quién actúa o no en el reparto, y éstos no sueltan prenda sin antes recibir su recompensa sexual.
Bastó que una sola víctima, agobiada por la presión moral interna de su dignidad estropeada y pisoteada, buscara la liberación de ese cargo de conciencia, al haber iniciado su carrera profesional en el cine sobre la base de concesiones sexuales previas, no por méritos artísticos, aunque éstos devinieran en el decurso del ejercicio artístico, sino, quizás, por la exuberancia de su belleza o de sus atributos femeninos.
Es deplorable hasta la indignidad y la condición humana del hombre, que utilice la violencia del poder económico y de decisión para dar acceso a las postulantes, de las que, sin duda, muchas almacenan un capital nada deleznable de condiciones innatas y habilidades y destrezas adquiridas para desvelarlas ante una cámara, empero por el sendero honesto de la competitividad y la selección con base en pruebas establecidas públicas.
Superlativamente deplorable es la insipiencia del hombre investido de poder económico, de decisión y de un conocimiento profundo de la vanidad humana para alcanzar la fama, que desdeñe o desaire a su propias capacidades de conquista leales con una mujer e impida que el progresivo romance crezca, que sería lo más adecuado y consecuente con las virtudes humanas, para iniciar una relación romántica y estable con una mujer. Por lo contrario, el objetivo prosaico por esa desigualdad de poder y autodeterminación, es al acto sexual, la posesión, la remuneración por una decisión y la no observación obligada a la dignidad de la mujer.
La valentía de una mujer denunciante agraviada ha hecho público el delito del sexismo y con su acción ha animado a otras actrices famosas a adherirse a la denuncia, consecuentemente dirigida por su aspiración teleológica de obtener una liberación moral sobre las causas de su propio inicio, que hubiese sido imposible sin previas concesiones sexuales. Esta carga conciencial genera, en quienes hayan iniciado su carrera artística bajo condiciones subalternas y erráticas a la moralidad, cuando denuncian, un desahogo irreprensible, a su vez comprensivo, cuya causa eficiente es el haber obtenido un papel cinematográfico a costa del despojamiento de su dignidad, valor insustituible que diferencia a los humanos en la opción de elegir lo moral o amoral, decisión que es irreparable.
El autor es abogado, con posgrados en Interculturalidad y Educación Superior, Conciliación y Arbitraje, Derecho Aeronáutico, escritor.
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