Augusto Vera Riveros
No es mi pretensión reseñar la historia de esta ínclita ciudad. Mas no puedo sustraerme de la obligación casi cívica de hablar de esta ahoyada geografía, cuna de supliciados y verdaderos guerreros por la independencia americana. No ha debido caber en la imaginación de Pedro de la Gasca al ordenar en nombre del rey, la fundación de Nuestra Señora de La Paz, pensada como enlace en la actividad comercial de centros urbanos de importancia en la época, la inacabable sucesión de hechos que hicieron de la futura tumba de tiranos y el protagonismo de sus gentes en la perspectiva de una liberación nacional.
Y a partir de ese verdaderamente histórico 1548, cuando la naciente ciudad conmemoraba la pacificación entre pizarristas y realistas, se fundaba (cuando menos en esta región) coetáneamente una nueva raza que con el correr de los siglos se impondría sobre los indígenas que hasta entonces gozaban, con todo derecho desde tiempos inmemoriales, de su territorio. El mestizaje a que dio lugar el cruce de los invasores con los indígenas, se impuso para dar nacimiento a una nueva casta que hasta nuestros días puebla el accidentado valle paceño.
Y vinieron los Katari, que en abierta rebelión contra la dominación de España, cercando el perímetro de lo que entonces era apenas un villorio y con o sin razón, dejaron a sus escasos habitantes, aislados del resto de la civilización. Fue un intento, ni duda cabe, de emancipación precoz de la opresión colonial.
Y después, llegaron los Murillo y muchos más guerrilleros y que a diferencia de otros aventureros del Siglo XX dispuestos a imponernos ideologías en contramarcha de la historia; haciendo eco del llamado de Charcas con decisión patriótica tomada en el tiempo histórico exacto, delinearon la senda que años después nos legaría una patria soberana. Algunos años después de su constitución, La Paz ya fue escenario de cruentos enfrentamientos, frutos de la ambición del poder y la intolerancia ideológica que marcó la política nacional y que de manera sostenida tuvo y tiene a esta ciudad marcada por el germen de la liberación y ya no del sojuzgamiento externo, sino de algo peor, de la insidia y ambiciones de los mismos bolivianos que se favorecieron con innumerables alzamientos e insurrecciones gestadas en la siempre noble ciudad de La Paz.
Las más importantes leyes que han hecho prosperar a otros confines patrios -en hora buena-, han sido promulgadas gracias a las sublevaciones de este mestizaje revestido del más puro coraje y nacionalismo. Pero su condición de sede de los poderes políticos le ha significado un estancamiento en su desarrollo. No obstante la pujanza de sus habitantes, en el pasado y hasta hoy, dona toda su potencia batalladora para beneficio del país. El agua, la distribución de la riqueza, los frutos de los recursos naturales, las autonomías, la lucha por el ecosistema y tantas conquistas, La Paz, que sin regalías ha visto evanescer sus aspiraciones, comparte la más alta contribución tributaria, con el resto del país.
Circunvalada por terrosas y gélidas montañas, erigida sobre casi 300 ríos, sitiada cotidianamente por manifestaciones callejeras, semanalmente por bailes de indiscriminadas motivaciones, La Paz está destinada a ser el colectivo integérrimo cuando del interés patrio se trata, renunciando de facto a los derechos que como hermana mayor, como anfitriona de los más cruentos eventos que fortalecieron la unidad nacional, la democracia y la delación de los abusos de poder, le tocan. ¡Oh generosa La Paz!
El autor es jurista y escritor.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |
Caricatura |