La espada en la palabra
Mañana -en el mediano plazo si no en el corto- la prosperidad pública ha de estar condicionada -primordial si no plenamente- a los insumos educativos que tenga cada uno de los países del mundo. No ya ejércitos, pasados esplendorosos ni materias primas, sino educación y aprendizaje.
Ayer se decía con mucha presunción que América Latina era como una virgen sagrada, cuyo papel era la salvación del mundo, dada su misma condición virginal. Hoy esa virginidad material es justamente su mayor debilidad, y se puede corroborar esto haciendo una simple operación de comparación de las economías latinoamericanas con las de los países asiáticos, europeos e incluso africanos, que se han desarrollado mucho en los últimos lustros.
El origen de este atraso institucional, por sencilla extensión, educacional, está en la cultura política de estos lugares. Mientras que en otros hemisferios y otras latitudes hombres y mujeres se encargaron de echar sólidas bases institucionales, en Latinoamérica se ha seguido cimentando y construyendo la política de la arbitrariedad y el salvajismo. Y porque vivimos en una choza de bribones, la educación, las artes y las ciencias fueron relegadas al último resquicio de los intereses públicos. Quien escribe esto una vez se puso a pensar, mientras miraba el atardecer, sobre cuál era el más importante entre los factores estructurales de un Estado: si la salud, la infraestructura, la particularidad étnica o las instituciones. Si bien es cierto que entre todas ellas hay un vínculo, y que no podría estar muy bien una estando muy mal otra, hay una viga que soporta a todas ellas, y esa viga es la calidad de instrucción pública y privada. Es un listón que soporta todo el edificio de un país; si éste es un caserón, la viga tendrá que ser de argamasa; si es un tugurio, la viga será de madero poroso.
El progreso económico de Latinoamérica puede ser estudiado desde los tiempos prehispánicos, pasando por la denostada conquista, hasta llegar a la consolidación de las nuevas repúblicas. Pero el asunto más importante recae en los últimos años de la historia latinoamericana, que estuvieron signados por los fallidos proyectos del llamado socialismo del Siglo XXI. Fueron años estériles para la implementación de nuevas formas didácticas y pedagógicas, para la proliferación de escuelas y universidades de nivel, para la institucionalización de buenas reformas educativas, porque los caudillos que vestían túnicas mesiánicas tenían puesta su mirada en dos cosas: 1) mantenerse en el poder y 2) levantar infraestructura inservible para mantenerse en el poder. El populismo, en conclusión, retrasó el progreso educativo o cuando menos lo dejó en status quo.
Hoy el valor agregado no es la industrialización ni los recursos naturales son la esperanza, como eran ciertamente hace muchos años, cosa que Bolivia, dicho sea de paso, no supo aprovechar. El ejemplo que dieron países como Suiza y Holanda es notable y lo dice todo: ofrecer educación de alto nivel y altamente especializada, para formar hombres peritos y especialistas, que son los que necesita el planeta del Siglo XXI. Pero bien, países pobres como el nuestro no pueden ofrecer tal educación avanzada, pero sí pueden comenzar construyendo escuelas y formando buenos profesores.
Los puestos públicos de magistrados y tecnócratas deben comenzar a ser ocupados por humanistas y técnicos, valorizando sus aptitudes y capacidades en función del rendimiento que demuestren en sus vidas, y ejecutando así un giro radical y de 180 grados hacia la meritocracia. Pero ésta ya es otra cuestión que abordaremos en otra nota.
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